Muchos catalanes no votaremos este 1-O. Las razones son sencillas: nos disgusta esta Cataluña que se alumbra. Ni somos fachas, como se pretende simplificar y extender entre la opinión pública, ni menos demócratas que quienes se acerquen a los centros de votación.
Es una estupidez recordarlo entre gente ilustrada, pero en ocasiones merece la pena insistir: en regímenes dictatoriales suramericanos se ha votado. El nazismo llegó al poder a través de las urnas. Franco hizo referéndums. Las votaciones no son sinónimo de libertad como pretenden acuñar los convocantes de este referéndum ilegal. Votar sin los principios y valores básicos de la democracia es otra forma novedosa de fascismo por más márketing que lo acompañe.
Tampoco acudiré a votar para no secundar como un gregario los movimientos colectivos de un país que parece gobernado por dos tipos --Sánchez (ANC) y Cuixart (Òmnium)-- que se llenan la boca de democracia, pero a los que nunca votamos los ciudadanos (ni tan siquiera quienes piensan como ellos) y, sin embargo, se dirigen a la ciudadanía como si fueran sus líderes naturales e indiscutibles. Verlos sustituyendo el verdadero poder democrático sí que es una alteración auténtica de cualquier planteamiento de libertad política. Son los nuevos mandamases, la versión novedosa y remozada del cacique catalán; cuando acompañan a los consejeros o altos cargos de la Generalitat, casi nadie sabe ya quién tiene la máxima autoridad.
Votar sin los principios y valores básicos de la democracia es otra forma novedosa de fascismo por más márketing que lo acompañe
No se puede votar en un acto organizado por unos señores que engañan a la ciudadanía practicando un falso discurso que convierte el Estado español en un ente represor y retrógrado. Se olvidan de que la Generalitat es el Estado en Cataluña y su principal institución. Y sí, puede que incluso tengan razón, que el ladrón piensa que todos son de su condición: basta fijarse en el uso y el abuso de TV3 y Catalunya Ràdio de forma sectaria y partidista, que supera todo lo visto y conocido hasta la fecha. Ambos medios tendrán serias dificultades para recuperar en un futuro el prestigio y la credibilidad que albergaron en alguna ocasión. El único que sale beneficiado de la radicalización mediática es el trotskista millonario Jaume Roures (Mediapro), que de entrada gana dinero con la información del referéndum ilegal y su cobertura periodística. Posibilismo catalán y revolución permanente machihembradas...
No se puede votar y legitimar a unos políticos que hace más de un lustro que dejaron de gobernar Cataluña para dedicarse en exclusiva al debate identitario. Una discusión que escondía su incapacidad para gestionar con dificultades económicas y tapaba la corrupción que les salía por las orejas (Pujol, caso Palau, mordidas del 3%, caso Innova...). Esos dirigentes de los partidos nacionalistas han hecho de la confrontación su principal activo político y la coartada que permitía ocupar los cargos sin necesidad de ejercer ninguna actividad específica. El poder por el poder, vamos.
Es difícil compartir un relato, un discurso, un imaginario como el que los dirigentes independentistas han creado para sentirse víctimas y contagiar ese agravio colectivo al máximo de la opinión pública catalana
Aunque se han preocupado de que vaya a votar, y sé dónde debería hacerlo, no acudiré. Es difícil compartir un relato, un discurso, un imaginario como el que los dirigentes independentistas han creado para sentirse víctimas y contagiar ese agravio colectivo al máximo de la opinión pública catalana. No contribuiré, tampoco, a la caja de solidaridad que intenta pagar las sanciones económicas impuestas a quienes ya han pasado por la justicia por vulnerar las leyes de su país desde el poder y abusar del dinero público a favor de intereses políticos privados.
Digo no porque el esperpento ha rebasado un límite políticamente aceptable. Que sí, señores nacionalistas, que Mariano Rajoy ha cometido muchos errores, claro, pero eso no valida la barbarie que han impulsado desde hace años en forma de proceso de secesión.
Digo no porque ya estoy harto de la arrogancia y xenofobia subyacente de una clase política y de unos dirigentes que bajo la apariencia de revolucionarios, modernos y transgresores están defendiendo valores conservadores, involucionistas y propios deregímenes totalitarios. Esa confusión no es tolerable, es peor que lo que supuestamente dicen proteger. Por eso digo no, y pido que, colectivamente, diguem no.