Un payés politizado de Les Borges Blanques ha situado su tractor como barrera infranqueable de un colegio electoral. Entiendo que con la presencia del enorme vehículo agrícola se quiere evitar que los Mossos d’Esquadra precinten el colegio (como tienen mandatado). No obstante, tampoco entiendo del todo cuál es su estrategia última más allá de mostrar los arrestos del concejal de la CUP. Sea cual fuere, que es lo de menos, la figura del tractor frente a un espacio electoral es todo un símbolo de la Cataluña que aspira a la independencia.
En cualquier caso, que nadie se asuste: en sí mismo, el tractor no es carlismo; no es aún el símbolo de la Cataluña rural; tampoco la metáfora vigente de una actividad antigua, vetusta e irreductible en sus posiciones. Al contrario de lo que podamos pensar, los agricultores catalanes de hoy se consideran más modernos que nadie en su comunidad; se sitúan a la vanguardia de las tendencias políticas y de opinión; y se presentan, si es necesario, como favorables a la economía industrial y de servicios.
¿Se imaginan a alguien contrario a la celebración del ilegalizado referéndum que situase un enorme tráiler frente a otro centro electoral que impidiera el acceso? Le iban a quemar hasta las pestañas al propietario
El mundo rural catalán es soberanista en términos generales, lo que para sus integrantes representa pertenecer a la avanzadilla intelectual catalana. Es más, buena parte del independentismo que ha impregnado en los últimos años las zonas urbanas tiene una profunda raíz agraria. El tractor, su máquina más representativa y sofisticada, el compañero de largas jornadas de trabajo, es la representación física de esa simbiosis entre la tierra y el idealismo. De ahí que la coloquen frente a un colegio electoral y se queden tan panchos; entienden que han hecho lo más normal del mundo, que la utopía lo vale.
¿Se imaginan a alguien contrario a la celebración del ilegalizado referéndum que situase un enorme tráiler frente a otro centro electoral que impidiera el acceso? Le iban a quemar hasta las pestañas al propietario. El tractor no. Es un apero noble, una representación más que metafísica de la ideología que quiere ser predominante en Cataluña, y un buen acompañante (a modo de bodegón) para los retratos oficiales de los gobernantes que nos han traído hasta aquí. Pronto, el tractor formará parte de la iconografía revolucionaría catalana en sustitución de la hoz de los segadores. Las batallas y las escaramuzas revolucionarias también se ganan gracias a la simbología.