Todos los que conocen lo que sucede y cómo se lleva el Ayuntamiento de Barcelona insisten en explicar que quien realmente lleva las riendas de la corporación municipal en la sombra es Adrià Alemany Salafranca, la pareja de la alcaldesa, Ada Colau. Que eso sea así puede ser una interpretación sui géneris de la democracia local, pero no tiene mayor importancia a priori. Sin embargo, la degeneración que vive la institución en los últimos meses y que ha sido visible para todos los ciudadanos con el asunto del referéndum pone de manifiesto que la primer edil conduce el consistorio como si de una representación teatral se tratara o que ejerce, en ocasiones, de muñeco de ventrílocuo.
Alemany ha negociado con el sanedrín del independentismo no hacerse daño con el asunto de las votaciones convocadas para el 1 de octubre. Las bases de los comunes no están por la labor de saltarse la ley (Joan Coscubiela lo dejó claro en el Parlament) y Colau necesita no perjudicar su imagen de cara al futuro político que quiere abordar. Explican en el entorno de Alemany que la pareja de la alcaldesa está trabajando, no para que Colau presida un día la Generalitat de Cataluña, sino para introducirse en la política española. El único obstáculo real para ese propósito es el mismísimo Pablo Iglesias al frente de Podemos.
Barcelona no colaborará con la cesión de locales municipales ni la puesta a disposición de funcionarios, pero legitima la petición independentista de votar desde el argumento torticero de la radicalidad democrática
En ese contexto, para los independentistas, lo que decida Barcelona sobre el referéndum ilegal es la referencia básica para el resto de pueblos y ciudades de la comunidad autónoma. De ahí el interés que han tenido Carles Puigdemont y Oriol Junqueras en presionar a la alcaldesa hasta llegar a la situación actual: Barcelona no colaborará con la cesión de locales municipales ni la puesta a disposición de funcionarios, pero legitima la petición independentista de votar desde el argumento torticero de la radicalidad democrática. Aprovechar la situación para zurrar a Mariano Rajoy políticamente es la principal motivación de Colau.
Fíjense que incluso cuando recibe a los alcaldes colaboradores con la consulta secesionista, la líder de los comunes no se compromete en público a nada más que a ridiculizar al PP y a sus dirigentes. Habla del voto como expresión máxima y sublime de la democracia, equipara el Estado español con una dictadura bananera, pero ni hace referencia alguna a quienes defienden el cumplimiento de la ley (los alcaldes socialistas, sin ir más lejos) y a los catalanes contrarios al rumbo que imprime el soberanismo gobernante. Solidaridad escasa y teatralidad máxima.
Colau no firmará ningún decreto de alcaldía en el que ceda las instalaciones municipales para celebrar el referéndum del 1-O. El informe del secretario del Ayuntamiento de Barcelona es categórico en sus recomendaciones. Esa firma es la que convertiría a la alcaldesa en objeto de persecución de la justicia por parte del Estado de derecho. Que ninguno de sus votantes se preocupe, de inmolarse o convertirse en mártir de la democracia habrá bien poco: la valentía política será la justa para pasar de puntillas sobre el contencioso y dejar abierta la puerta al futuro político que ella y Alemany van preparando en común (y no es un chiste).
La ambigüedad, la escenificación y el engaño se ciernen como una oscura sombra sobre la figura de la alcaldesa
La ambigüedad, la escenificación y el engaño se ciernen como una oscura sombra sobre la figura de la alcaldesa. Hizo sus pinitos con la representación en sus mocedades y ahora es difícil creerla incluso cuando derrama alguna lágrima de presunta emoción.
Las idas y venidas con este asunto del referéndum, en el que no existen posiciones intermedias o gama de grises, puede costarle caro. De entrada, contribuirá a apartarla de la imagen que persigue proyectar ante la ciudadanía de política progresista y demócrata. Pone en riesgo, asimismo, el pacto de gobierno que mantiene con los socialistas de la capital catalana y, como broche, muestra incoherencias supinas como que ella insista en que hay que votar, que el 1-O habrán urnas, mientras la Guardia Urbana que dirige incauta material electoral de acuerdo con las instrucciones de la justicia.
Políticamente aún lo tiene todo por demostrar, pero es cierto que el arte dramático dejó escapar a una figura de primer orden, a una pedazo de artista.