Frank Underwood es el imaginario presidente de los Estados Unidos de América que triunfa en las pantallas con la serie televisiva House of Cards de la que su actor principal, Kevin Spacey, es también productor ejecutivo y alma máter. Con independencia de la opinión que nos pueda merecer el conjunto de esta obra audiovisual, lo cierto es que retrata una pareja presidencial sin escrúpulos, capaces de cualquier fechoría y de arremeter contra todos para permanecer en el poder a costa de lo que resulte necesario.
Viendo la última temporada que Movistar Plus ya tiene disponible no podía menos que establecer alguna pequeña analogía con la política catalana. Salvando todas las distancias que la ficción y la realidad guardan, lo cierto es que esa vocación de continuidad al frente de la gobernación superando cualquier obstáculo guarda extrañas similitudes con nuestra clase política local.
Por ejemplo, es obvio que Underwood no tiene ideología alguna. Puede cambiar, girar, adaptar, mutar, flexibilizar, preparar, olvidar, apañar, negociar, envainarse o proponer cualquier idea en función sólo del interés inmediato: seguir en el despacho oval de la Casa Blanca. Visto eso, me preguntaba y sigo interrogándome, ¿el presidente actual de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, es de derechas o de izquierdas; quizá de centro? ¿Han hecho ustedes la reflexión?
La independencia como objetivo y como márketing político ha permitido a Carles Puigdemont extender el poder de pagès a la capital y seguir al frente de la gobernación con todos los privilegios y protocolos que conlleva
La independencia como objetivo y como márketing político ha permitido al jarrón chino Artur Mas, en primer lugar, y al ocupante de la vara de mando gerundense Carles Puigdemont, cuando a su antecesor lo decapita la CUP, extender el poder de pagès a la capital y seguir al frente de la gobernación con todos los privilegios y protocolos que conlleva. Claro, defenderán algunos, hay que preservar la dignidad de la institución propia. Y tienen razón, pero son trileros. O grandes embusteros vocacionales, ustedes deciden. Ignoran que a la par también se dinamita la credibilidad institucional con actuaciones desleales con el mismo Estado del que se forma parte o usando resortes para garantizar sólo la permanencia en el poder autonómico de figuras que a duras penas podrían llegar a delegados comerciales de una empresa de ámbito español. Underwood y su esposa Claire representan una ficción, pero nuestros actores son de carne y hueso, aunque los métodos de atrincheramiento sobre el poder resulten análogos.
Con el engendro del grupo del referéndum disuelto por ineficaz y por sus luchas intestinas, ahora se inventan que pasa a la reserva y que resulta innecesario porque no queda margen para el diálogo sobre la consulta con Mariano Rajoy. A cualquier paso, por insólito, ineficaz e inútil que resulte, se le acostumbra a ordeñar algún rédito en términos de propaganda política.
Vista toda la quinta temporada de House of Cards, sólo deseo que nadie llegue a los extremos del presidente estadounidense con su secretaria de Estado. Daría por hecho que ningún compañero de viaje empujaría por una escalinata del Palau de la Generalitat a Oriol Junqueras escaleras abajo para impedir que firmara un documento delicado o comprometedor con su futuro en el poder. Pero que entre los que viven desde hace unos años del proceso, su pasado, presente y futuro, se produzca alguna trabanqueta política no sería desdeñable. En el lugar de Germà Gordó vigilaría bien quién circula a lado y lado. Más que nada porque los mejores guionistas de la ficción cinematográfica se inspiran en aspectos de la realidad convenientemente exagerados o minimizados, según sea el caso. Nuestros políticos locales no van fumados, no lo necesitan, el instinto de preservación del poder les alimenta. En el castillo de naipes que edifican a diario Puigdemont & Cía, una vez perdida la primera vergüenza, el resto es pura cuestión de práctica.