Escribía Camilo José Cela que “lo malo de los que se creen en posesión de la verdad es que cuando tienen que demostrarlo no aciertan ni una”. Traigo la acertada reflexión del literato gallego a colación para referirme al equipo de gobierno de la ciudad de Barcelona, que encabeza su alcaldesa, Ada Colau, y que dirige en la sombra el primer teniente de alcalde, Gerardo Pisarello.
Colau y su formación electoral llegaron a la ciudad en un momento en el que la ciudadanía hervía contra la política clásica por la contaminación que conlleva en términos de corrupción, clasismo y endogamia. La ciudadanía quería abrir las ventanas y que entrara viento fresco, ventilar el edificio institucional de una capital con multitud de problemas en su día a día, casi tantos como activos que mostrar al mundo. Pero nada más dejar pasar el aire, la pestilencia ha regresado hasta con más intensidad.
Colau y Pisarello ganaron por poco. Todo el mundo se extrañó cuando su rival más claro, el convergente Xavier Trias, entregó metafóricamente la llave de la ciudad a su oponente sin buscar siquiera algún pacto de gobierno que le podría haber convertido en alcalde con más votos detrás de los que acumulan Barcelona en Comú.
Confundir la información la propaganda es propio de quien está muy ideologizado, actuar de manera totalitaria es propio de dictaduras
Después, los hechos son de sobras conocidos. La alcaldesa, hoy de baja por maternidad, prometió renunciar al coche oficial y fue un día en Metro al puesto de trabajo. Un día, sí, no es un error. Se comprometió a acabar con los desahucios y Barcelona sigue liderando el ranking, a la par que expulsa población al área metropolitana por la inviabilidad de acceder a vivienda en condiciones razonables. Dijo que revisaría el modelo de turismo de la urbe y lo único que ha logrado hasta la fecha es ahuyentar a inversores y proyectos que proporcionarían riqueza al conjunto de barceloneses.
Con ella parecía que ningún trabajador tendría problemas y, sin embargo, han regresado las huelgas de los empleados de los transportes públicos. En estos momentos, más o menos el ecuador de su mandato, más allá de la teatralización propagandística que su equipo de gobierno se ha encargado de difundir (símbolos franquistas y monumentos a Samaranch incluidos) no hay sustancia. Ni tan siquiera en lo formal. Iban a ser los más transparentes y equitativos y siguen usando los mismos 12 millones de euros anuales que gastaba Trias en regar y cultivar el silencio de los medios de comunicación. Los distribuyen, sobre todo, entre los dos grandes grupos editoriales para que canten sus excelencias y reservan un poquito para que los medios independentistas sigan queriéndoles pese a sus ambigüedades y circunloquios sobre soberanías. Hablaban de agendas públicas, de comunicación abierta y otros procedimientos con los que distanciarse de sus antecesores y lo único que han logrado hasta la fecha es hacer esquizofrénicas ruedas de prensa a pie de calle y en sábado para presentar cualquier memez que se le haya ocurrido a algún bienintencionado concejal movido por estos líderes.
Colau tiene un departamento de comunicación en Barcelona que no hace honor a su apellido. Confundir la información con la propaganda es muy habitual entre quienes están hiperideologizados. Actuar con la información de manera totalitaria es propio, además, de regímenes dictatoriales, y tanto da que sean de izquierdas o de derechas. Si Colau hubiera cumplido con sus promesas, no necesitaría un marketing de resistencia y podría eternizarse en el cargo, pero en su balance quedará que hubo mucho lirili y poco lerele. Vamos, más teatro y ruido que nueces.
Pisarello ha importado a la Ciudad Condal un pseudoperonismo impropio; esas malas prácticas populistas, esa retórica tan argentina pueden llevar Barcelona a perder sus liderazgos
Cuando la prensa realmente independiente les pilla con el carrito del helado mal aparcado lo llevan fatal. Nos ha pasado con Pisarello. Le desagrada que digamos que sus formas son incorrectas para el cargo que desempeña, en el que representa tanto a los electores que le votaron como a los que no. Que sus apriorismos ideológicos le hacen perder a Barcelona una interesante inversión empresarial, que para fortuna de los catalanes se quedará en L’Hospitalet, como sucedió con una pista de hielo navideña u nuevos hoteles que pretendían instalarse en la ciudad.
En un mensaje en Facebook de este sábado en el que defiende su actuación, pero sin desmentir las informaciones de Crónica Global, Pisarello se hace la víctima. Que quiere a la ciudad, que viene de una cultura política que persigue la justicia social y unos cuantos lamentos más cuyo efecto, más allá de sosegar a los cercanos, difícilmente son creíbles para la población barcelonesa. Hoy, sin ir más lejos, conoce su absentismo en las comisiones y mañana puede enterarse del berenjenal en que pondrán las cuentas públicas del municipio si prosiguen con la tamaña estupidez de remunicipalizar servicios públicos que funcionan. De momento, la ciudad ya está pagando costes de abogados pijos como Uría y Menéndez para poner en marcha una funeraria pública en vez de usar la que existe y en la que el consistorio dispone de un 15%, suficiente para influir en precios, tarifas y gestión.
Pisarello, dicen todos aquellos que hablan regularmente con él, es un político resentido que ha importado a la Ciudad Condal un pseudoperonismo impropio de una urbe de la Unión Europea moderna y cosmopolita. Esas malas prácticas populistas, esa retórica tan argentina que practica, pueden llevar Barcelona a perder el liderazgo español y mediterráneo que se había ganado en unas décadas, pero en especial desde los Juegos Olímpicos de 1992, que pronto conmemoraremos si a Pisarello y Colau no les parece mal.
No tiene razón: no hay ninguna campaña contra usted, ni su jefa ni el concejal Eloi Badia, ni contra sus parejas tan nepóticamente y bien colocadas
No, señor teniente de alcalde, no tiene razón. No hay ninguna campaña contra usted porque sea estas semanas el alcalde accidental. Tampoco contra su jefa, ni contra el concejal Eloi Badia y sus resentimientos líquidos, ni contra sus parejas siempre bien y nepóticamente colocadas, no. Lo que produce un cierto hartazgo de la prensa independiente y no subvencionada gracias al dinero de las arcas municipales es la doble moral que practican arrogándose ser los defensores de la libertad cuando son los más restrictivos en su gestión diaria y los menos transparentes comunicadores del mundo, con actitudes que rozan el sectarismo de regímenes de infausto recuerdo.
Podrán decir que somos críticos y acertarán. Pero, a diferencia de ustedes y su práctica política, a los profesionales de Crónica Global no nos gusta mentir. Ya puestos, como son tan amantes de la simbología, les dejo una frase extraída de una canción de Joan Manuel Serrat, que tanto nos gusta aquí y que siempre triunfa en Buenos Aires: “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”. ¡Ojalá lo entiendan!