Fue con comida italiana, entre pastas diversas y pulpo español. Se sentó a mi derecha, éramos un grupo de cinco personas: Angélica, Julio, Javier, un servidor y Carme Chacón. El Ciprici fue el restaurante elegido, en pleno Downtown de Miami. Antes nos acercamos hasta su universidad con un Uber para recogerla. Angélica y Javier fueron los organizadores del encuentro. Todos nos habíamos dado cita unas horas antes en la Cumbre Iberoamericana de la Comunicación que tenía lugar por primera vez en la metrópoli americana.
Carme vestía un vestido ceñido y unos zapatos de tacón con una buena elevación. Me fijé que, pese al calor que hacía en Florida, se había enfundado unas medias. Fue el jueves pasado, apenas 72 horas antes de conocer que nada más regresar a España de su periplo americano la que fuera ministra de Defensa del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero había fallecido a consecuencia de su congénita dolencia cardiaca.
Su simpatía y cordialidad hacía imposible imaginar tan desafortunado desenlace apenas unas horas antes. Hablamos de Miami, mucho, pero también de política; y, cómo no, de la vida. Chacón había hibernado la actitud más doctrinaria y sectaria de algunos políticos incapaces de tomar distancia de la lucha permanente por el poder. Ya era más abogada que política, más mujer, más persona que dirigente. Lo supuraba su conversación, se distanciaba del día a día, reflexionaba con naturalidad y sin apenas impostura. Con vida, paradójicamente.
Chacón había hibernado la actitud más doctrinaria y sectaria de algunos políticos incapaces de tomar distancia de la lucha permanente por el poder. Ya era más abogada que política, más mujer, más persona que dirigente
Chacón me dio el susto del ágape. Ambos teníamos referencias mutuas, pero no habíamos coincidido. Disfrutábamos de amigos comunes, pero jamás se había dado la circunstancia de compartir mesa y mantel y nos tanteábamos. Fue a partir de una anécdota que me hace enrojecer al explicarla: junto a nuestra mesa pasó una joven ataviada al más puro y desinhibido estilo tropical con un trasero que hacía imposible desviar la mirada en otra dirección, sea cual sea el género de cada quien. Carme me cazó la mirada, que intentó ser furtiva y discreta, y me espetó del todo relajada: "Eso que estabas mirando es el Miami en estado puro". Tras ruborizarme de manera automática, me alivió de inmediato con todo tipo de explicaciones que nadie espera recibir de una persona que ha sido ministra del Gobierno. De Defensa, es cierto, con todos los militares observando su trasero o su preñez en otros momentos.
"La cirugía estética es una adicción en Miami --explicó--. Primero fue el pecho, ahora les ha dado por ponerse culo. A esa que estabas mirando se le podía dejar un vaso en el trasero y no se caería. No lo entiendo, de verdad, si yo lo tuviera así, estaría loca por reducirlo. Aquí, en cambio, todas quieren hacerlo crecer".
Admito que, la primera vez que conoces a alguien, esa deriva humana en la conversación es impropia. O, dicho de otra forma, es un intercambio de pareceres más habitual entre personas con altísima confianza o con abundancia de copas. Dicho eso, Carme estaba segura, hablaba sin cortapisas pero sin superioridad moral ni voluntad aleccionadora. ¡Qué profesora más rara debe ser!, admito que pensé.
Ella, que no había tenido jamás dudas sobre la cuestión soberanista catalana, no acababa de entender el papel de sus correligionarios en el partido
Tras explicarnos sus evoluciones en Florida como profesora y como madre --fue divertida la anécdota relativa al año que vivió en Miami y cómo recibía a amigos españoles locos por ir a los parques temáticos de Disney en Orlando, y hasta su hijo Miquel le llegó a reprochar tanta visita a Micky Mouse--, Carme Chacón se dedicó a escuchar. No era la política pagada de sí misma a la que le gustaba oír cómo suena su voz. Su oído funcionaba mejor. Alternamos el catalán y castellano, la mesa estaba casi al 50%.
Uno de los momentos solemnes de la comida y posterior sobremesa fue cuando le interrogué por la política. ¿Cómo lo ves desde fuera, Carme? Esa fue la cuestión y sólo hice una repregunta, relativa a Cataluña. Fue en el momento en el que adoptó un tono más profesoral, más serio, pero igual de cenital que cuando hablábamos de unas señoras mayores que en la mesa colindante acumulaban más gasto en cirugía estética en su cuerpo de lo que la gran mayoría ingresamos en varios años.
"Soy pesimista", me dijo. Y luego lo desgranó dejándose llevar. Coincidimos en casi todo. En la mediocridad que invade la cosa pública, en el tipo de políticos que se han ido instalando en los partidos, "centrifugados del sector privado, que ni conocen ni han probado muchas veces", en el sectarismo y la demagogia que nos invade. Sobre el PSOE también habló con mucho pesimismo, aunque apoyaba a Susana Díaz como mal menor. Respecto al PSC hablamos directamente de derribo. Le sentará mal al bueno de Miquel Iceta, pero se llevó algún rapapolvo por blando, indeciso y ambiguo. Ella, que no había tenido jamás dudas sobre la cuestión soberanista catalana, no acababa de entender el papel de sus correligionarios en el partido. Se confesó lectora habitual de Crónica Global --"tienes allí a un buen amigo mío, a Toni [Bolaño]", recordó--, y acto seguido le propuse que comenzara a colaborar con artículos en este medio. Me dijo que sí y nos intercambiamos los teléfonos móviles.
Carme era alguien que hablaba claro, con humanidad y sin tapujos
Parsimoniosa, quizá tuviera que ver con sus pulsaciones cardiacas, explicó alguna anécdota de su paso por el Gobierno y algo más sobre su conocimiento de Miami, de cómo los habitantes se mueven con Uber y casi ya no existen taxis, de sus restaurantes, incluso hablamos un minuto del cocinero peruano Gastón Acurio, demostrando que estaba a la última en tendencias de lifestyle.
Fueron casi tres horas agradables por la compañía e interesantes por la conversación. A la salida del restaurante, mientras llegaba el coche que nos debía transportar, junto a su amiga Angélica comenzó una sesión de fotografías con uno de los canales de Miami de fondo. Hice unas cuantas y me pidió que se las pasara. Cuando conocí su fallecimiento me dí cuenta de que no se las había enviado, y que jamás habría nadie al otro lado de aquel móvil para recibirlas. Las imágenes las atesoro ahora como una pequeña joya, una foto fija de la confesión humana de una antigua y destacada política, pero sobre todo el recuerdo de alguien que me dijo con naturalidad que el trasero que miré furtivo permitía depositar un vaso sin riesgo a que se derramara. Alguien que hablaba claro, con humanidad y sin tapujos. Fueron tres intensas horas apenas 72 horas antes de que su figura menuda y pizpireta dejara de palpitar.
Un placer haberte conocido, Carme.