La llegada de nuevos políticos a los ayuntamientos de las grandes capitales españolas venía acompañada de promesas de transformación y cambio. Podemos y sus franquicias regionales consiguieron sacar de sus poltronas a alcaldes y alcaldesas que llevaban mucho tiempo, quizá demasiado, en sus cargos y ya veían las ciudades desde una singular y reducida perspectiva.
Ada Colau o Manuela Carmena prometieron transparencia, regeneración y la recuperación del espacio urbano para los ciudadanos. Todo muy bien sobre el papel, aunque la propia Colau ya va diciendo en alguna entrevista que una cosa es hablar cuando se está fuera de una institución y otra muy diferente actuar desde su seno. Vamos, que el pragmatismo que antes no entendía ahora parece invadirla al comprender lo diferente que es predicar que dar trigo.
En la práctica, las fes de intenciones y los buenos propósitos y desiderátums lanzados como ofertas electorales se han diluido como el humo. Más allá de sus cuestionables decisiones sobre el sector turístico y cómo debe ser moldeado; con independencia de sus salidas de tono sobre el ejército y su contribución social; haciendo caso omiso de sus ambigüedades calculadas en materia de posición política en términos de independencia sí o no, lo cierto es que Colau podrá volver a ganar unas elecciones y capitanear Barcelona no tanto por su capacidad de gestión para favorecer a sus sociológicamente protegidos sino por su dominio de la teatralización, del escenario y de las cámaras como elemento para transmitir mensajes que, luego, ya veremos si se consuman o no. Eso último importa menos.
No estaría mal que la alcaldesa Colau se quitara algunos prejuicios con quienes generan riqueza y empleo a su ciudad
La alcaldesa de la Ciudad Condal no anda muy fina con sus pretensiones de cambio. Por ejemplo, con el tema energético. Saca a concurso el suministro eléctrico para la ciudad y se inventa una cláusula que las dos grandes empresas con presencia en Cataluña e incluso sede (Endesa y Gas Natural) llevan al Tribunal de Contratos del Sector Público (el mismo que tumbó la concesión del agua de ATLL a Acciona) para aclararse. Colau y los suyos se han inventado una cláusula que obliga a los que dan el servicio a la ciudad a asumir una serie indeterminada de obligaciones sobre la pobreza energética que las dos grandes compañías se niegan a suscribir.
Esa negativa no es por inmoralidad ni por falta de principios éticos, sino por pura lógica mercantil: no quieren firmar contratos a ciegas incluso con el riesgo de perder un negocio de unos 65 millones de euros. A las compañías es muy fácil criminalizarlas y son más frágiles que los políticos en términos de opinión pública. ¿Quién optará, pues, a ese suministro? Pues empresas pequeñas comercializadoras que acaban comprando la energía a cualquiera de las grandes por la sencilla razón que no son generadoras, sino revendedoras.
La cosa podría quedar aquí pero que, además del apriorismo ideológico con el que Colau y su equipo gobiernan, sea también una tapadera para convertir el municipio en una chapuza de izquierdas ya no es de recibo. La suspensión del contrato se lleva a cabo porque el consistorio, tan ufano él, se ha pasado por el arco del triunfo la respuesta a las alegaciones que las empresas han presentado al concurso y ha declinado responder en tiempo y forma.
Quizá oigamos a Colau decir algún día que se enfrenta con los gigantes energéticos del país, que la presionan y demás. Como discurso demagógico seguro que tiene parroquia que aplauda. Lo cierto, sin embargo, es que algunas actitudes arrogantes por parte de su equipo de colaboradores (pensar que son maliciosas o negligentes sería aún peor) han provocado que un tribunal catalán le paralice toda la operación.
No estaría mal que la alcaldesa se quitara algunos prejuicios con quienes generan riqueza y empleo a su ciudad. Y, además de pedir luz, convendría que exija también taquígrafos. Entre los suyos no abundan o hacen faltas de ortografía, lamentablemente para el prestigio de una izquierda que antes no sólo era divina, sino exquisita en lo formal.