Que un Estado intente proteger su unidad y disponer de toda la información sobre quienes atentan contra ella es una razón de manual para su propia existencia. Al contrario, que no se cumpliera ese requisito diría bien poco a favor de la maquinaria pública.
Cosa diferente es la llamada Operación Cataluña. En teoría, y según los escasos avances que se conocen, se trataba de obtener de forma torticera toda la información posible para desactivar a los impulsores del proceso de independencia. Sobre todo, de los principales líderes políticos y de sus entornos más inmediatos.
En el marco de esa operación, el comisario Villarejo ha reconocido en sede judicial la autoría de algunos informes épicos sobre los hombres y mujeres que mueven el cotarro en Cataluña. Quienes hemos tenido la oportunidad de leer algunos de ellos vimos desde el minuto cero que estaban pintados con brocha gorda, rumores, inexactitudes, confusiones varias, señalamientos sospechosos... un auténtico despropósito, en definitiva.
Villarejo no estuvo solo. En ocasiones le ayudaba otro comisario, Martín Blas, que por lo visto tenía la misma manía de colorear el caso catalán con un rodillo de blanquear paredes. Es cierto que sin la presión que estos policías ejercieron hoy no sabríamos que los Pujol escondían una pequeña fortuna en Andorra. Aquella información afloró, en parte, por las malas artes de estos representantes policiales que movieron el árbol, como dijo Jordi Pujol en el Parlamento, hasta lograr que cayeran todas las hojas, las de sus hijos incluidas (y eso no lo esperaba).
Con lo conocido hasta la fecha sobre la cuestión se puede llegar rápido a una conclusión: la Operación Cataluña fue una enorme chapuza que, más allá de que Pujol purgara sus pecados, ha servido para poco
Ahora sabemos que no todo obedecía al ímpetu policial o de un ministro del Interior que condecoraba vírgenes, sino al interés de bastantes políticos que pusieron más énfasis en detectar los agujeros negros de los nacionalistas catalanes que en buscar soluciones políticas al enfrentamiento abierto entre los gobernantes de la autonomía y los del Ejecutivo central. Un detective conocido de la ciudad señala, en una información de hoy que les aconsejo leer, que fue el PP el gran urdidor de la Operación Cataluña. Admite, incluso, que antiguos empleados de su agencia de investigación participaron en esas pesquisas.
Con lo conocido hasta la fecha sobre la cuestión se puede llegar rápido a una conclusión: la Operación Cataluña fue una enorme chapuza que, más allá de que Pujol purgara sus pecados, ha servido para poco. Ni Artur Mas, ni Oriol Junqueras ni ningún otro político catalán ha sido puesto en evidencia por razones que no sean las propias de su cargo: las urnas y la confianza de los electores. En el caso de Mas, por desconfianza de la CUP. Vamos, que es más fácil que destituyan al consejero de Salud, Toni Comín, por ineficaz que por indepe.
Esté o no el PP, o alguno de sus miembros, detrás de aquella chapucera operación lo cierto es que unos años después de su puesta en marcha todo el ruido ha servido para poco. Desde La Camarga a los paseos por Andorra, los objetivos perseguidos no se han alcanzado y las peticiones políticas de independencia si remiten no es por estas causas. A veces uno piensa que si las cloacas del Estado le hubieran encargado esos trabajos a Mortadelo y Filemón el resultado podría haber sido mucho más efectivo y alejado de la sospecha. Es sólo una intuición, pero diría que no muy lejana de lo acontecido.