Está la cosa dura. Habrá competencia. Pero la épica soberanista, la dimensión sentimental del proceso hacia la independencia necesita, como sea, un mártir o un héroe sobre el que descansar. Y el tiempo apremia.
Los candidatos son diversos. Marcha aventajado el expresidente de la Generalitat Artur Mas junto a dos candidatas femeninas, la exvicepresidenta Joana Ortega y la exconsejera de Enseñanza Irene Rigau. La presencia de señoras en la secuencia de martirologio puede darle todavía más brillo a la búsqueda de una Agustina de Aragón a la catalana (por cierto, es raro que los historiadores del invento nacionalista no la reivindiquen como a Cristóbal Colón o Santa Teresa de Jesús, pues la resistente ante los franceses se llamaba Agustina Zaragoza Domènech); una María Pita como la gallega o una Mariana Pineda.
A Ortega y Rigau se sumará ahora la presidenta del Parlamento catalán, a quien el TSJC procesará tras denuncia de la fiscalía por desobediencia al Tribunal Constitucional. Carme Forcadell no tiene nada que ver, ni por aproximación, con mujeres que de verdad actuaron en tanto que heroínas de su tiempo como Concepción Arenal o Clara Campoamor, pero en Cataluña nos resulta indiferente. El caso, al final, es que los mártires sean propios.
En ningún caso la justicia se cebará con los políticos. Pero incluso eso hará perder mucho tiempo y energía
Les puede caer una inhabilitación, una multa, una reprimenda o una separación temporal de cargos. Como a ese concejal de la carlina comarca de Osona que también se ha empeñado en usar la desobediencia municipal como una puerta hacía Ítaca. En ningún caso la justicia se cebará con los políticos, más allá de afearles la conducta. Pero incluso eso hará perder mucho tiempo y energía, supondrá que corran ríos de tinta y nos tendrá bastante entretenidos.
Casi valdría la pena proponer, para ahorrarnos tanta lágrima derramada en vano, que el único héroe del proceso soberanista sea el exconsejero Francesc Homs, ahora desterrado por sus compañeros de partido en Madrid. Será difícil, es de imaginar. No sé por qué, pero quizá tampoco funcione. Habita en mí el presentimiento de que al locuaz Quico no lo convertirían en mártir ni los suyos.