Hay una Barcelona y hubo otra. Existió una ciudad que vibraba desacomplejada, heredera de la cultura popular que no ha mucho se colaba entre las calles, volteaba las esquinas, impregnaba a sus gentes y producía, humilde, modesta, integradora. Conocimos una Barcelona sin apenas turistas, una urbe que ha sabido retratar con quirúrgica y enciclopédica precisión el pregonero oficial de la fiestas de la Mercè 2016. Vivimos en una ciudad sin urbanismos grandilocuentes, obrera, sencilla y también cosmopolita porque albergó la producción editorial, a Gabo, Vargas Llosa, Carme Balsells, Marsé, Mendoza, Gimferrer, Tusquets, Terenci, Vázquez Montalbán y, claro, cómo olvidarlo, Constantino Romero, la voz de la Cataluña universal y olímpica del cine español.
Javier Pérez Andújar ha pronunciado un pregón memorable, inteligente, directo al corazón de sus moradores. Si no tan tenido la oportunidad de escucharlo o leerlo no se lo pierdan, aquí disponen de su contenido íntegro. El espíritu que evocaban sus palabras es el que se desarrolló en una urbe dinámica en la que el origen, la lengua, la clase social o el destino eran asuntos de segundo orden. Una Barcelona de las personas, de los ciudadanos, que eran lo primero y esencial.
Existe una Barcelona en la memoria de muchos de sus habitantes que no entenderían la pantomima de pésimo gusto de los bufones del pregón nacionalista alternativo
Esa ciudad existió. "La ciudad de los libros", "la ciudad de los kioskos", la de Escobar, el dibujante, y Manolo, el del carro. "Hay muchas formas de ser Barcelona", sentencia. No sólo en la memoria del pregonero, sino en la de muchos de sus habitantes, que la vivieron y la disfrutaron, que no entenderían esa pantomima de pésimo gusto protagonizada por la corte de bufones del pregón nacionalista alternativo. Aquella Barcelona a la que se refiere el pregonero de Sant Adrià fue la capital metropolitana de un tiempo de modernidad, la que resistió y venció el empuje de una Cataluña rural ensimismada y tradicionalista.
Era una ciudad cohesionada en sus esencias. Fue la vanguardia y la simbología de la libertad. Era, en resumen, la envidia de otras grandes metrópolis. ¡Qué dura constatación ese recuerdo de lo que tuvimos y perdimos en el lodazal de los debates estériles promovidos por una burguesía acomodaticia!
Esa Barcelona debe regresar. La nueva ciudad del siglo XXI debe ser capaz de tomar ese pasado como un cuidado legado que amplificar y retomar en beneficio de sus hombres y mujeres. Evolucionemos desde aquella cultura impresa, hoy digital y renovada, hacia nuevos espacios de creación colectiva e innovación. No es necesario recuperar el pasado, sino aprender de él, tomar sus enseñanzas como una guía por la que avanzar en tiempos tan difíciles como estimulantes.
Gracias Pérez Andújar, no esperábamos menos de ti después de todo. Y, ya puestos, felices fiestas de la Mercè, apreciados barceloneses.