Al este de China, conectada con el mar que lleva el nombre del país, se halla la metrópoli de Hangzhou. Hablar de ciudades refiriéndose a China es tanto como llamar animales de compañía a algunos de esos reptiles que muchos ciudadanos se han empeñado en mantener como compañeros domésticos. El equivalente a lo que aquí consideraríamos una urbe tiene más de siete millones de habitantes (equivalente a toda Cataluña y con una densidad de 525 habitantes por kilómetro cuadrado), mientras que su entorno metropolitano asciende hasta los 21 millones de pobladores. Menudencias, vaya.
Son hacendosos, como toda la comunidad asiática, pero en especial en el ámbito textil, la maquinaria y buena parte de la industria electrónica del país. Hangzhou es justo el lugar que la administración china ha escogido para ejercer como anfitriona de la reunión de los líderes de las 20 economías más desarrolladas del planeta (G20).
Parece un contrasentido, pero es verídico: en el país de las grandes producciones, de las larguísimas cadenas de fabricación, en el entorno comunista abierto al capitalismo comercial empiezan a ver las orejas del lobo de la globalización por sus propias macromagnitudes. No puede entenderse de otra manera que el presidente de su país abriera el encuentro de los ricos del mundo apelando a las pymes y al desarrollo de países todavía retrasados como únicas fórmulas de estimular la economía mundial y lograr minimizar la desigualdad existente en el planeta.
La reflexión del presidente Xi Jinping es importante no sólo por tratarse del máximo responsable de uno de los gigantes económico del globo, sino que tiene una trascendencia mayor: los chinos están todavía descubriendo el capitalismo a sorbos. Por eso es más importante que ante los reyes del planeta admita que las pequeñas empresas juegan un papel nuclear para revitalizar el tejido productivo de cualquier territorio además de condensar otras muchas virtudes sociales.
Está bien que los asiáticos perciban esa riqueza latente cuando aquí, que las tenemos a camionadas, no acabamos de acordarnos de su importancia. Pronto los chinos descubrirán también las microempresas, esas formadas por muy pocos trabajadores, y nos harán recordar que sin ellas España sería un polvorín social. Está bien lo de tomar músculo que practican las grandes corporaciones (las chinas con fórmulas de economía semiplanificada), el gigantismo empresarial que impone objetivos a los empleados de la multinacionales, los dividendos monstruosos y otras muchas singularidades, pero no hay economía que se precie que no tenga una fuerte base empresarial de pymes, microempresas y autónomos.
Por fortuna, como llevamos dos campañas electorales seguidas, aquí nos hemos referido a ellas de forma reciente. Pero es bien probable que el gobierno que consiga apoltronarse en la Moncloa las margine enseguida, como de costumbre.
Así que es un buen comienzo para el G20 poner el acento en la economía real y no en las grandes declaraciones de intenciones a las que nos tiene acostumbrados. Recuerden, sin ir más lejos, aquella cumbre en la que Nicolas Sarkozy, en otoño de 2008, nos lanzó aquello tan idílico de “refonder le capitalisme”. Acababa de estallar la crisis de las hipotecas subprime en EEUU y la crisis financiera se apoderó del planeta. De aquella altisonante declaración del G20 ya sólo queda el eco, porque ya saben ustedes como estamos, qué les voy a contar...