Que el partido de Albert Rivera se ha convertido en una muleta para derecha e izquierda en el Parlamento español es una obviedad. Que ese papel de bisagra le convierte en la única alternativa centrada (definir como centro es más complejo intelectualmente en los tiempos actuales), a partir de la cual se hace más fácil la gobernación del país es también una boutade.
Lo certero del asunto es que Ciudadanos y su apuesta por el pragmatismo renovador también tiene un límite electoral: su apoyo directo o indirecto al nacionalismo.
Es un límite ideológico, más espacial que temporal. En el tiempo puede votar junto a CDC o PNV alguna ley, norma o resolución. En el espacio político hace bien de cuidarse de según qué alianzas políticas. Que los nacionalistas catalanes hayan pactado con el PP, en los pasillos más oscuros, la posibilidad de tener grupo parlamentario propio (y en consecuencia unos ingresos económicos muy superiores) no puede secundarlo un partido cuyo principal fundamento es una idea de España antagónica de nacionalismo alguno, sea vasco o catalán.
Las amenazas que ayer lanzaron los políticos del grupo encabezado por Rivera tienen sentido: si el PP acaba pactando con el nacionalismo para recuperar el poder será sin su aquiescencia. Es una frontera que no tiene sentido rebasar ni tan siquiera desde el pragmatismo de una formación centrada y reformista.