Las encuestas electorales previas al 26J y las que se hicieron el mismo día de las elecciones a pie de urna fueron un absoluto fracaso. Ninguna detectó cuál sería al final el sentir mayoritario de los votantes y cuáles las principales tendencias en intención de voto de acuerdo con sus metodologías de interpretación.
Más allá del fallo en el análisis demoscópico hay un fenómeno que cobra cuerpo. El voto de orden, el voto que ha dado la victoria al PP es un voto más oculto que cualquier otro. Alguien dispuesto a votar a un partido que es demonizado por sus escándalos de corrupción, al que algunos medios criminalizan políticamente y que en territorios como Cataluña ha sido históricamente marginado por sus posiciones ideológicas, no tiene ningún interés en confesarlo a un encuestador. En algunos países la derecha tiene una imagen moderna, que aquí en cambio sólo evoca olor a naftalina.
El voto de orden no es cool. El voto de orden es un anacronismo que la mayoría sólo se atreve a depositar en una urna por la privacidad del secreto. Es un voto interior, casi espiritual, que diría el ministro de la vírgenes condecoradas. Es, en definitiva, un voto vergonzante para quien lo ejerce. De ahí, fundamentalmente, que ni encuestas ni encuestadores hayan sido capaces de interpretar el apoyo recibido por Mariano Rajoy en las urnas.
Es cierto que el voto estuvo influido por lo acontecido en Gran Bretaña, pero la encuesta realizada durante la jornada en los colegios electorales (Sigma Dos fue la autora) y emitidas por las televisiones públicas tampoco fueron capaces de detectarlo.
Ante el avance supuesto del apoyo a Pablo Iglesias y su formación, muchos electores optaron por votar opciones de orden. Las del PSOE y Ciudadanos son más confesables, pero la del PP avergüenza. Curioso que lo mayoritario se esconda y lo que emerge en las conversaciones de café y en algunos canales de televisión sea únicamente el cabreo del populismo. Sorprendente, curioso y digno de análisis sociológico más que político.