Joaquín Gay de Montellà está siendo un buen presidente de la patronal catalana Foment del Treball. Su retrato quedará bien colgado al lado de otros ilustres que ocupan los pasillos de una organización que acumula historia y experiencia suficiente para navegar en circunstancias adversas.
Juan Rosell designó vía dedazo al actual máximo responsable de los patronos catalanes. Y lo digo así, sin utilizar el adjetivo gran referido a la patronal, para que no se molesten los empresarios de Pimec, que son más parecidos a todos los empresarios de verdad salvo en una cosa, su capacidad de encaje.
Joaquín Gay de Montellà sustituyó en el cargo al actual presidente de CEOE. Su gran aportación fue que era más trabajador que Rosell, que nunca le dedicó a Foment del Treball más de unas horas a la semana, entre otras razones por su conocimiento de la organización desde que gateaba. Gay se aprendió los temas, dedicó espacio y se animó con la CEOE, de la que es vicepresidente y con la que le gusta viajar, Cuba incluida.
Gay tiene muchas virtudes, la dedicación, el ánimo y la perseverancia, entre otros. Tiene algún defecto, entre los que destaca su incapacidad para elegir entornos. Se equivocó dejando subsistir a Antoni Abad, el presidente de la Cecot de Terrassa; volvió a errar situando al ambicioso capicúa Ramon Adell Ramon como vicepresidente y, al final, siendo incapaz de pedirle a Miguel Ángel Fraile que desfilara por su propia cuenta de la secretaría general del comercio catalán donde él y su mujer tenían una especie de monopolio de la representación y la subvención.
Fraile es el tipo que más sabe del comercio catalán, pero debe dejar paso a otras formas de analizarlo y representarlo. Su mujer puede buscar empleo en otros lares o retirarse de los actuales para no dar más pábulo a todo tipo de comentarios sobre cuál es el grado de identificación entre la patronal de los botiguers y el matrimonio que los representa. Y, para evitar actitudes innecesarias para el empresariado, Gay de Montellà debería someter a Adell al mismo ostracismo con el que tiene confinado a Abad. Su presentación (impresentable, y perdonen el juego de palabras) de ayer es impropia de una patronal que después quiere sentarse frente al Gobierno y pedirle que haga política industrial. La única diferencia entre Abad y Adell es que el primero es más gallardo que el segundo; mientras que Abad va de cara, Adell prefiere conspirar en silencio cómplice. El empresario no llegará a nada, pero el economista aspira a todo, incluida la silla de Gay de Montellà.
Presidente, no se equivoque. Corte por lo sano. Cárguese los excesos, la inoperancia o la falta de iniciativa, depende del caso. Fraile y Adell ya son tóxicos para Foment del Treball. Su continuidad supone que el que se equivoca es justamente usted.