El mismo PP que mantiene a una delegada de Gobierno capaz de prohibir las esteladas para atizar los ánimos del movimiento independentista es el que parece que ganará las elecciones el 26 de junio con la unidad de España como uno de sus argumentos ideológicos. ¿Contrasentido? No.
La estrategia de polarizar a la sociedad española no es exclusiva del Partido Popular. También la ejerce Podemos. En río revuelto y de confusión pescan mejor, dicen sus estrategas. En Barcelona, en Cataluña, ya lo hemos vivido con CDC. En el peor de sus momentos también exaltó los ánimos de la opinión pública.
Al PP y a CDC les une su voluntad extrema de mantener el poder a toda costa, cualquiera que sea el precio que deban pagar. Ninguno de los dos ha hecho un acto de contrición por la corrupción que les invade, tampoco han sacrificado a ninguno de sus líderes en un ejercicio de responsabilidad política imprescindible.
Radicalizando, polarizando, llevando a los extremos el ejercicio de la política el PP está en el poder de manera ininterrumpida desde que ganó las elecciones de 2011, y puede que se mantenga. CDC ha tenido menos suerte. Con la cosmética operación de refundar el partido y apartar a Artur Mas ha podido seguir en el gobierno de la Generalitat, sus cuadros siguen cobrando de la administración pública y pueden disfrutar del poder, compartido con ERC y algo menos con la CUP, unos meses más tan ricamente. Y como reza el refrán catalán: Qui dia passa, any empeny.
Los chicos de Mariano Rajoy se miran desde hace demasiado tiempo el asunto catalán con profundo desdén. Lo de su delegada del Gobierno y la bandera independentista es una prueba de la falta de discurso, estrategia e intencionalidad más allá de la radicalización que tanto rentabilizan en las urnas. Los socialistas tiernos del PSOE de Pedro Sánchez no andan muy lejos. En ambos casos, ser incapaces de articular un discurso territorial convincente debería ser razón suficiente para que los votantes les pasaran factura. Unos y otros son negligentes, lo que debería ser punible.
Pero, ah, sorpresa: no dicen eso las encuestas de las últimas horas. Señalan justo lo contrario: en la radicalización está la virtud y el reconocimiento. Con el centro esquilmado, PP y Podemos se configuran como próximos protagonistas del bipartidismo.
Da espanto pensarlo, pero en ocasiones uno llega a creer que, pese a las miserias que encierra su discurso, las atrocidades que sugieren en nombre de la patria y los impresentables que les lideran, los independentistas son mejores estrategas que algunos partidos políticos clásicos. En parte, los ciudadanos lo tenemos merecido.