Somos legión quienes desde hace años decimos que el nacionalismo vasco dominante en aquel territorio ha demostrado una inteligencia política digna de ser reseñada. Durante años han consolidado privilegios, posiciones de confort económico y una actitud mayoritaria del resto de España basada en el déjalos a su aire, que ya se espabilan por si solos.
En España hemos llegado a un momento de parálisis que en las próximas horas puede tener una expresión electoral de nuevo cuño. Y ahí es donde todos tenemos el foco puesto. Interesa saber más que nunca qué pasaría en el país de repetirse los comicios. Ya existen los primeros acercamientos en forma de encuestas: todo queda más o menos como estaba. El PP no pierde, sino que gana. Le pasa lo mismo a Ciudadanos. El PSOE se resiente de su terrible tendencia a la ambigüedad, especialmente dañina para sus intereses en Cataluña. Y Pablo Iglesias, el hombre que quiere meter en cintura hasta la prensa, no consigue darle el zarpazo a los del puño y la rosa ni tan siquiera en compañía de Izquierda Unida.
En definitiva, de aquí a unos meses España volverá a votar y todo quedará, en esencia, como hasta ahora. Hay una cosa que no; que cambia: los vascos vuelven a recuperar el papel importante de sus votos. La suma de C’s y PP les lleva a los 171 diputados. Necesitan cuatro más para gobernar con la tranquilidad de la mayoría absoluta. ¿Y quién los tiene, o quién puede proporcionarlos a cambio de alguna negociación? Ahí es donde resurgen de nuevo los nacionalistas vascos de PNV. Ciudadanos ya se encargará de meter en cintura al viejo PP de la Gurtel, Valencia, Panamá, Bárcenas… Los vascos, esperar, ver y conseguir.
Con los catalanes de la burguesía nacionalista fuera de juego por su corrimiento ideológico, los diputados del nacionalismo vasco tendrán de nuevo la llave de la gobernabilidad y el confort del país. Han llegado a esta situación con prudencia política, silencio durante los últimos tiempos y un desgaste mínimo. Los vascos han vuelto a demostrar que su astucia supera al de cualquiera otra formación política. Por supuesto, pasa por encima –como un rodillo– del pragmatismo catalán de antaño. Entre ambos la comparación es obligada y negativa para nuestros paisanos, que quedan como los nuevos marginales de un parlamento español en el que más allá de las rufianadas del republicano Gabriel Rufián, las salidas de tono de Joan Tardà y el tono monocorde, aburrido e impropio (Democracia y Libertad se llaman sin ningún tipo de vergüenza) de Francesc Homs no queda más espacio para el posibilismo político. Aquel proceder que consiguió que Jordi Pujol fuera, desde Barcelona, el gran gobernante español de finales del siglo pasado.