Iba el presidente de la Generalitat de Cataluña en tren a Madrid. ¿Qué debería llevar al señor Carles Puigdemont a la capital del Reino de España, que le ha movido a desplazarse al territorio del que él y su formación política reniegan y con el que no desean más relación que el puro trámite del divorcio?
Les voy a dar la clave: Puigdemont ha querido adelantar la celebración de Sant Jordi. Ha viajado para entregar a Mariano Rajoy, en la mismísima Moncloa, un libro. Es un gesto habitual del 23 de abril que el presidente de la Generalitat ha decidido avanzar para que así el sábado pueda seguir pululando por su estimada Girona en uno u otro momento del día. El libro que ha entregado al presidente del Gobierno español es el libro de reclamaciones, ese que todos los comercios están obligados a poseer por si algún cliente desea quejarse del servicio recibido.
Puigdemont fue a Madrid con su libro, bien encuadernado y completamente repleto de agravios comparativos. Esa era la misión del encuentro: un avance de la pleitesía que Sant Jordi universaliza en Cataluña, convirtiendo un día laborable en una verdadera fiesta nacional, por encima de Diadas u otras celebraciones.
Rajoy, tras leer la crónica del diario Marca de hoy, ha tenido un gesto recíproco de galán galaico: le ha devuelto a Puigdemont una rosa de color amarillo. Quiso que fuera roja, pero pensó en que ese era el color de los socialistas españoles y mejor no forzar las relaciones habida cuenta de que ambos son de derecha y nacionalistas de cada bando. Ni que decir tiene que el jefe del Ejecutivo español ha sido tan galante como el responsable del gobierno catalán, casi como si ambos vivieran un idilio virtual o por correspondencia. Les une que ambos se necesitan para retroalimentar sus respectivas necesidades políticas y electorales del corto plazo, y eso une un montón.
Al salir, ambos se dieron un discreto beso y se desearon feliz Diada de Sant Jordi, pétalos y hojas impresas aparte…