Sea cual sea la primera mirada del día, la impresión siempre es la misma: el esperpento nos invade y sólo podemos esperar que no nos cautive.
Si la reflexión se decanta por la política española nos encontramos ante la lenta representación de un sainete negociador que tiene escasa credibilidad en sí mismo. Hasta el menos conocedor de las artes parlamentarias percibe que las reuniones y conversaciones forman parte de una actuación de la que sus protagonistas conocen el final de antemano y sólo aspiran a destacar en sus respectivos papeles.
Los nuevos gobernantes de Cataluña no parecen mejores que sus antecesores de CiU
No es más tranquilizante observar desde Barcelona lo que sucede. Cataluña parece que se independiza cada día según qué canal se sintonice o que publicación se lea. Y eso pasa aunque el independentismo pierda fuelle. La diferencia entre el humo y el fuego se hace mayúscula a medida que pasan las semanas. Lo único claro de todo ese contrasentido es que los nuevos gobernantes de Junts pel Sí no parecen tener mayor cualificación que sus antecesores de CiU para ejercer el liderazgo de una administración. Desconfían entre ellos y, Oriol Junqueras como estandarte, sólo parecen dispuestos a usar la política del palabrerío sin acudir a la toma real de decisiones.
Si ponemos la lupa a la marcha del nuevo equipo municipal de la capital catalana tampoco mejora la perspectiva. Junqueras le sacó a Carles Puigdemont y a Artur Mas el área económica del gobierno y ahora Jaume Collboni intenta lo propio con Ada Colau. El PSC está en un tris de firmar con Barcelona en Comú no sólo un pacto de gobierno local, sino el fin de sus días como alternativa política en la Ciudad Condal. Sus líderes silban cuando alguien les pregunta y recuerdan que Collboni “és un bon jan”. Sin palabras.
La ley y la ética se confunden con peligro en el asunto de los paraísos fiscales
Tampoco resulta que el mundo de los negocios ande mucho más optimista en sus formulaciones de futuro. Aunque la economía se resiste a paralizarse, asistimos patidifusos al escándalo de los papeles de Panamá. Estamos tan necesitados de cambiarlo todo, que cualquier empresario es capaz de pedir el cese de un político vinculado con el país del canal pero puede justificar esa misma actuación si se trata de un correligionario.
El comportamiento legal y la actuación ética se confunden peligrosamente. Panamá, y otros chiringuitos paradisiacos, son conocidos de sobra por quienes manejan dinero de verdad. También por la misma Agencia Tributaria que ahora parece levantarse en armas mientras que los años pasados (incluidos los de obediencia socialista), cuando podía actuar con firmeza y sin prescripciones, vivía en la inopia. Pobre Cristóbal Montoro, saberse sacrificado en lo político y tener que dar explicaciones de algo en lo que ni cree ni le apasiona. Otra más.
Mirar el panorama desde la ventana de la actualidad es como asistir al movimiento acompasado de un barista en plena elaboración de un coctel. Si no les gusta esa metáfora interpretativa les daré otra: ¿No nos estaremos volviendo todos locos?