Sin entrar en mayores disquisiciones, el mérito de Pablo Iglesias es colosal. El 20 de diciembre pasado logró ser la tercera fuerza política española si se engarzaban los votos recibidos por los comunistas gallegos, catalanes y valencianos, que no todos ellos son igual de rojos, y lo hizo desde prácticamente cero.
Recoger el clamor de la indignación política española es algo que tiene un mérito innegable, pero relativo. Sobre todo, porque el contexto político de corrupción y hartazgo era favorable, pero no la sociología española que sigue votando de manera principal opciones conservadoras moderadas (pónganles ustedes las siglas).
Tras las elecciones, una de las primeras ruedas de prensa del líder de Podemos fue para postularse como vicepresidente de un gobierno presidido por Pedro Sánchez (PSOE). Fue justo antes del desistimiento de Mariano Rajoy y después de verse con el Rey Felipe VI, lo que todos supusimos que debió ser un mal de altura, por la diferencia de talla física entre el político y el monarca.
Pablemos se pidió ser el número dos del Ejecutivo que presidiría un socialista sin que tuviera ni apoyos ni capacidad para postularse con tal energía. Y, lo más sorprendente del caso, ayer se avino a decir que si él era un problema para formar gobierno con el PSOE estaba dispuesto a renunciar. Me quito y me pongo en un plis, plas…
La megalomanía política del joven dirigente comienza a ser digna de estudio. Está o no está según convenga. Se propone o se larga de acuerdo con su propio cuaderno de viaje. Como tiene una cierta capacidad comunicativa, debe decirse que vende siempre algún paño viejo en el mercadillo de la política. Habrá incluso quien pueda pensar que Iglesias lo ha puesto todo de su parte para facilitar un gobierno de izquierdas en España. Sorprendente, pero cierto.
En puridad, y aún a sabiendas de estar frente a un producto del nuevo márketing político, hay que admitir que Iglesias es un tipo grande, un equivalente a los antiguos vendedores de crecepelo que engañaban por pueblos y aldeas. Grande, grande.