Confieso que hasta hace apenas unos meses no sabía con exactitud qué era un dron. Hoy todos tenemos ya grandísimos conocimientos sobre estos artefactos que, como todo lo útil en la vida, se engendran en el entorno militar y van pasando al civil a medida que están amortizados en su lugar de nacimiento.
Los drones nos ayudan. Pronto nos entregarán los pedidos de Amazon en casa. O la pizza del día que juegue el Barça. El que viva en un cuarto piso sin terraza que se fastidie, tendrá que bajar al portal de su bloque para recibir el pedido del dron.
Mientras se sofistica su utilización, de momento colaboran en detectar viviendas ilegales gracias a la posibilidad de captar imágenes a altura. En Menorca, por ejemplo, se han servido de este novedoso artefacto para localizar 2.500 viviendas no declaradas en una isla que siempre había destacado por cuidar su morfología ante los atentados que la industria turística suele practicar en bellos parajes. Hacienda jamás tiene suficiente. Si existía tanto domicilio desconocido para el Fisco la mejor forma de hallarlo, inventariarlo y cobrar impuestos era lograr una visión cenital del asunto. Ningún propietario podrá negar que un determinado bien inmueble no existe una vez grabado desde el aire, y eso que los humanos casi siempre miramos al suelo y nos olvidamos de lo que tenemos por encima.
El dron ha puesto en evidencia que 2.500 personas habían sido unos listos en las Baleares. Hasta la fecha, la visión general que teníamos de esta tecnología estaba siempre vinculada a cuestiones bélicas, usos relacionados con el espionaje militar, el negocio audiovisual, riesgos para la navegación aérea… El dron de Hacienda nos ha reconciliado con el aparato de marras.
La mirada aérea de la Agencia Tributaria era la única prueba que quedaba para demostrar que la fiscal es la administración española que mejor funciona. Lástima que los drones no vuelan por encima de los aviones a reacción, donde viajan de forma natural las grandes fortunas esquivas con Hacienda. En esos aparatos resultaría mejor infiltrar azafatas especializadas en la lucha contra el fraude si existe voluntad real de acabar con un determinado estado de cosas.