Lo que está pasando en los partidos políticos es más que un cambio generacional. Los liderazgos, que fueron fuertes y prolongados durante décadas, han entrado en una nueva dimensión. La primera consecuencia es que apenas continúan políticos de los que llegaron a final del siglo XX como responsables principales de sus respectivas formaciones.

En Cataluña, donde siempre hay un plus, la trituradora de los últimos cinco años de fiebre soberanista ha sido espectacular. No sólo se ha tratado de un cambio de generación, también han influido cuestiones ideológicas o vinculadas a la corrupción.

Con la caída de Artur Mas se ha cerrado un ciclo de CDC vinculado al siglo pasado. Primero fue el patriarca Pujol, pero luego cayó su hijo Oriol (embarrado hasta la médula y llamado a sucederle) y finalmente saltó fuera de la palestra el Astuto. Quizá Mas esté un tiempo dándole cuerda al partido, pero es probable que sea efímero. Carles Puigdemont, salido de la cantera, pero siempre un reserva, ha accedido al terreno de juego en esta centuria; en la anterior hacia negocios patrióticos.

En Unió no quedan vestigios del siglo pasado, pero tampoco tienen a nadie del actual. Josep Antoni Duran Lleida decía en una entrevista dominical que todo habría cambiado si Pujol, en su día, hubiera apostado por él en vez de preferir a Mas. Quizá hubiera sido distinto para todos, pero en todo caso su liderazgo declinaba por el paso del tiempo y la ausencia de renovación del catalanismo centrado y posibilista. Su oportunidad para el ministerio pasó a la historia.

A los socialistas les ha pasado algo similar. Ni Javier Solana, ni Alfredo Pérez Rubalcaba han resistido el tránsito. Incluso José Luis Rodríguez Zapatero, un presidente del XX, parece de otro tiempo. El nuevo siglo ha apostado al frente de la formación a Susana Díaz y a Pedro Sánchez. Los motivos y las razones son casi las mismas: agotamiento del discurso, quemaduras mediáticas, episodios de corrupción laterales o la simple necesidad de buscar nuevos rostros sobre los que descansar un discurso calcado al anterior, pero con una presentación renovada. Sólo Patxi López flota en ese estanque.

El PSC ha triturado a su corteza directiva por razones ideológicas. Miquel Iceta es una rara avis: un fontanero superviviente del siglo anterior después de que todos los del actual hayan caído como fichas de dominó (Pere Navarro, Carme Chacón, José Zaragoza…). José Montilla, también del pasado, recibe visitas en el carísimo asilo del Senado. Los Ernest Maragall, Marina Geli, Montserrat Tura han transitado en busca de acomodos diferentes y también con distinta suerte cada uno de ellos. Algunos en la indigencia política, otros mejor atrincherados.

Incluso ERC ha hecho su particular transmutación. Nada se recuerda de dirigentes como Josep Lluís Carod-Rovira, Ernest Benach, Joan Puigcercós, Josep Bargalló… Alguno, por edad, podría seguir coleando en estos tiempos, pero al igual que Zapatero evocarlos transporta a períodos, discursos y costumbres políticas remotas. Oriol Junqueras y un equipo de jóvenes independentistas han asumido los correajes de la formación republicana.

En el PP catalán sólo siguen con pulso, pero bajo vigilancia médica, los incombustibles brothers Fernández Díaz. Del siglo XX cayeron Josep Piqué, Josep Curtó, Daniel Sirera, Manolo Milián se pasó al tertulianismo y hasta la más joven Alicia Sánchez Camacho está extinguida para el siglo XXI.

En Madrid, el mayor exponente del PP anterior es Mariano Rajoy. La renovación de caras la encarnan dirigentes como la propia Soraya Sáenz de Santamaría, Andrea Lévy, Pablo Casado… Tienen algunos dinosaurios emboscados en fundaciones o subterfugios varios como el propio José María Aznar, pero si hay algo que exponga con claridad lo que es el pasado son justamente personajes como él. 

El dirigente popular tiene frente a sí políticos netamente del siglo XXI. Los Albert Rivera, Pablo Iglesias, Íñigo Errejón, Inés Arrimadas, Pedro Sánchez, Ada Colau, Alberto Garzón… son sus contrincantes para la política que viene. Tienen 20 años menos, un expediente de servicios más limpio y, salvo el socialista, menores servidumbres en sus organizaciones. Rajoy, como Mas, deberá acabar planteándose en unas semanas si esa posición es un activo o un pasivo para que el PP, todavía la fuerza más votada del país, pueda ejercer parte de sus políticas.

 

PD: Resultaría injusto no dedicar unas líneas a Rosa Díez, que batallaba en la centuria anterior y acabó su carrera política por muerte súbita y estulticia supina en el devorador siglo XXI.