En las recientes elecciones andaluzas, Ciudadanos se volvió a llevar un correctivo de especial contundencia, pasando de 21 diputados en San Telmo a cero patatero. Previamente, en otras contiendas electorales, le había ocurrido algo parecido, por lo que se va extendiendo la impresión de que el invento ha durado lo que ha durado, ha estado (y está) dirigido de la peor manera posible y se encamina, pasito a pasito, hacia su desaparición.

Comparto esa impresión, pero lo hago sin alegría alguna, a diferencia de los votantes de otros partidos (sobre todo, los nacionalistas), pues voy viendo cómo lo que en tiempos fue una alternativa razonable a lo ya existente se va diluyendo y encaminando hacia la nada. Supongo que ello se debe a que uno depositó ciertas esperanzas en los Ciutadans de los inicios y ejerció, en cierta medida, de compañero de viaje. Lo cual no quita para que tenga la impresión de que aquí se ha cumplido a rajatabla la ley de Murphy, según la cual, como ustedes saben, todo lo que puede salir mal, saldrá mal.

El nacimiento de Ciutadans fue acogido en Cataluña con una hostilidad inédita que no volveríamos a presenciar hasta que apareciera Manuel Valls con la intención de convertirse en alcalde de Barcelona. Fue una hostilidad transversal (la encabezaban los separatistas, pero incluía también a socialistas y populares) hacia una formación política que intentaba hacer lo que al PSC no le había dado la gana acometer en toda su historia reciente.

Los nacionalistas odiaban a Ciutadans y se inventaron la teoría (que acabó cuajando) de que se trataba de un partido que iba contra Cataluña y contra la lengua catalana, cuando solo era una propuesta de centro izquierda que congregó a mucho votante rebotado del PSC y que no se andaba con esas componendas tan catalanas sin las que en este bendito paisito parece que no se puede llegar muy lejos.

Amparado por gente como Francesc de Carreras, Félix de Azúa, Ferran Toutain, Arcadi Espada o Albert Boadella, fue, probablemente, el producto más original y necesario de la escena política local, pero cometió el error de dejar el partido en manos de alguien como Albert Rivera, que al principio nos engañó a todos con su verba amena y su cara de primero de la clase. Durante un tiempo, formó pareja política con Jordi Cañas, un tipo por el que siento un gran aprecio personal, aunque no acabo de entender muy bien su decisión (después de que Rivera se deshiciera de él) de quedarse en Bruselas cuando se le necesitaba aquí (hace tiempo que no le veo, pero en cuanto se produzca el encuentro, pienso interrogarle al respecto si se deja y está de humor; si no, compartiremos un agradable almuerzo y algunos sarcasmos). No fue el único en no quedarse donde hacía falta.

En cuanto pudo, Rivera se dio el piro a Madrid, sin acabar el trabajo iniciado en Cataluña, e inició la expansión del partido por España, arrebatándole poco a poco sus señas de identidad iniciales, aceptando en su seno a gente tan ambiciosa como poco recomendable y virando descaradamente hacia la derecha (la purga de socialdemócratas barceloneses fue de las que hacen historia).

Años después, siguiendo su ejemplo y tras ganar unas elecciones autonómicas, Inés Arrimadas se trasladó también a Madrid, donde ahora cada vez son más las voces en lo que queda del partido que claman por su dimisión. En el ínterin, Albert Rivera --ese hombre, según me comentó Cañas, que no leía libros y no tenía ni amigos ni una ideología precisa, inclinándose siempre por la opción que consideraba más favorable para sus intereses-- se empeñó en ser califa en el lugar del califa, como el gran visir Iznogud de los cómics de Goscinny y Tabary, y en que Ciudadanos sustituyera al PP como referente de la derecha española.

¡Dios le conserve la vista! Con el terreno que había por recorrer en el centro izquierda, a Rivera le dio por encabezar a la derechona nacional (con los siniestros resultados de todos conocidos). Cuando rechazó la vicepresidencia que le ofrecía Pedro Sánchez --y que debería haber aceptado por su bien y el de todos los que queríamos librarnos de la molesta presencia de Podemos en el ejecutivo-- y se negó a tratarse con el PSOE, empezó el suicidio de Ciudadanos, un suicidio por partes cuya última entrega pudimos presenciar en Andalucía hace unos días.

Ciudadanos, el partido que entre todos lo mataron y él solo se murió. Rodeado de sicofantes a lo Villegas, Rivera se vino arriba y yo le considero el principal responsable del desastre. Él se llevó por delante años de trabajo y dejó el partido convertido en una especie de muerto viviente que si alguien consigue salvar habrá que hacerle un monumento. En los primeros tiempos de Ciutadans, Rivera no parecía el sujeto funesto que acabó siendo.

Y lo peor es que no parece ser consciente del daño que ha hecho al centro izquierda y a lo que queda en España de la socialdemocracia. ¿Cómo va a serlo alguien sin amigos, sin ideología y sin la costumbre de leer? Lo siento especialmente por mi apreciado Nacho Martín Blanco y el puñado de personas bienintencionadas que aún aguantan en ese barco que sus principales responsables han hecho todo lo posible por hundir, pero el futuro de Ciudadanos no puede ser más negro. ¿Es aún posible la salvación? Me encantaría, pero tengo mis dudas ante lo rematadamente mal que se ha hecho todo.