Finalmente, Carlos Mazón acudió al funeral de estado por la tragedia de la DANA en Valencia y, como era de prever, le dijeron de todo menos bonito. ¿Se lo merecía? Sin duda. Por incompetente, frívolo, liante y mentiroso. Pero, a efectos prácticos, tan culpable del desbarajuste generalizado de hace unos meses como el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que se enganchó a Felipe VI para hacerse la ilusión de que parte de los aplausos que recibían eran para él y para que el público se olvidara de su actuación durante la catástrofe (“Si necesitan más ayuda, que la pidan”, y otras perlas cultivadas del escaqueo ante sus obligaciones).
Mazón y Sánchez, cada uno a su manera, se cubrieron de gloria en el episodio de la DANA. El uno con su larguísimo almuerzo, sus excusas inverosímiles y sus insólitas desapariciones, analizadas al dedillo por nuestra prensa (¿qué hizo durante esos 45 minutos entre el Ventorro y la demorada decisión de dar la cara de una maldita vez? Ni se sabe, pero yo no descartaría la posibilidad de que se hubiese ido un rato a casa a dormir la mona. A todo esto, la periodista que lo acompañaba no dice ni Pamplona); y el otro, haciéndose el longuis, porque lo que realmente le importaba era aprobar el nuevo consejo de RTVE para poder incrementar exponencialmente su capacidad de intoxicación y propaganda gubernamental.
El uno por el otro, la casa por barrer (o la riada por controlar). Ante la ineptitud autonómica del señor Mazón, el Estado debió tomar las riendas del asunto. Y lo habría hecho de no ser porque el presidente es un miserable que prefirió dejar solo al inútil de Mazón, darle cuerda suficiente para que se ahorcara y ver cómo se ganaba a pulso el cese fulminante de sus superiores. En suma, que se comiera el marrón él solito (como así sucedió).
Que se te mueran más de 200 de tus conciudadanos (o compatriotas, si eres de Junts o del PNV) no es una leve gaffe, una discreta metedura de pata que se puede perdonar. El cese o la dimisión (aunque en España no dimite nadie: véase a Pedro Sánchez, sin ir más lejos) eran inevitables para Carlos Mazón pero, incomprensiblemente, su jefe, Alberto Núñez Feijóo, ni lo echó ni le pegó el más mínimo chorreo. Por el contrario, hizo causa común con él (“¡Todos semos Mazón!”), demostrando que, si eres un inútil, pero quieres conservar tu puesto de trabajo, lo mejor que te puede pasar es que tu baranda en jefe sea un gallego pusilánime, que es el tipo de líder en el que el PP lleva creyendo desde los tiempos de Rajoy.
El PP quiere echar a Sánchez del Gobierno de la nación, pero lo hace todo de la peor manera posible. Como líder carismático, el pobre Núñez Feijóo no es que no dé la talla, sino que es un desastre a cuya sombra florecen unos tipos que harían el ridículo hasta en una reunión de una asociación de vecinos.
Sánchez está desarbolado, medio muerto, con la parienta, su hermano y sus dos últimos secretarios generales y su fiscal del Estado imputados. Hasta Puigdemont se aleja de él. No debería ser tan difícil desalojarlo, pero si el PP insiste en actuar como hasta ahora, no será de extrañar que nuestro Pedro gane las próximas elecciones generales (si es que llegan a convocarse, dada la intención de Sánchez de mantenerse en el poder sin presupuestos, sin el apoyo del parlamento y con la mayoría de los jueces clavando agujas en su muñequito de vudú).
Pudimos comprobarlo en la aparición de nuestro hombre en el Senado para someterse, en teoría, a un implacable interrogatorio del PP que lo dejaría temblando y hecho un manojo de nervios a causa de la desvelación de sus contradicciones, trolas y trapisondas varias. Nada de eso ocurrió. El héroe del antifascismo llegó con su nuevo juguetito (idea de algún asesor), unas gafas de Christian Dior que se quitaba y se ponía para que todos pudiésemos ver lo bien que le sentaban. Y de esa guisa, se dedicó a jugar al tenis con las preguntitas, a tomarse a chufla a sus oponentes y a perdonar directamente la vida a todos los allí presentes.
Demostrando algo que ya sabíamos: que Sánchez será un trilero, un arribista y un aspirante a tiranuelo sudamericano, pero es mucho más listo que Núñez Feijóo, un tipo incapaz de construir una oposición con cara y ojos que le ayude a encaramarse al poder (y aún se extrañará de que Isabel Díaz Ayuso aspire a soplarle el cargo).
A mí, si me dan a elegir entre Sánchez y Feijóo, me lo tomo en plan Halloween, como si quisieran hacerme escoger entre susto y muerte. Que no cuente ninguno de los dos con mi voto en esas próximas elecciones generales que tal vez no lleguen nunca (ni ningún otro presidenciable). Pero hay mucha gente que sí irá a votar. Y hay mucha gente que no puede más con Sánchez, aunque no pertenezca a la fachosfera o, incluso, se haya pasado la vida votando al PSOE. Cualquier otro aprovecharía la coyuntura para perfeccionar su propuesta, su equipo y a sí mismo. Pero Feijóo parece creer que el Gobierno caerá como fruta madura sin que él tenga necesidad de contribuir a esa caída.
Curiosa mentalidad. Curiosa y vagamente suicida.
