De tan entretenidos que estamos con la podredumbre y putrefacción del PSOE de Sánchez, nos habíamos olvidado de que el PP es, probablemente, el decano de la corrupción política en España. Nos lo ha recordado Cristóbal Montoro, quien, al parecer, se dedicó a todo tipo de trapisondas financieras en su favor a través de su bufete de abogados, favoreciendo a ciertas empresas que, en muestra de agradecimiento, le pasaban una pasta para sus gastitos.

La reacción del PP ha estado al mismo nivel que las del PSOE ante sus continuos chanchullos: negar la mayor. O sea, decir que el señor Montoro no tiene nada que ver con el partido (lo de que fuese ministro con Aznar es algo que no merece especial atención) y reducirlo a la categoría de delincuente común (y corriente). No ha colado, claro, como tampoco cuelan las explicaciones del PSOE ante las mangancias de Cerdán, Ábalos o el aizkolari Koldo.

Quitarse el muerto de encima es lo habitual en nuestros dos principales partidos, pero el caso Montoro cae como una losa sobre las pretensiones de Núñez Feijóo de presentarse ante la opinión pública como el político limpio de polvo y paja que se dispone a destronar al sátrapa pogresista que ocupa temporalmente la Moncloa.

Gracias a Montoro, el pueblo, aunque tenga memoria de pez, recuerda de pronto la Gürtel, a Bárcenas y a Rajoy, el hombre al que, cuando le advirtieron de las posibles chorizadas de Montoro, miró para otro lado, que es lo que hacía casi siempre, confiando en que los problemas se resolvieran solos (como demostró con el prusés).

El caso Montoro nos recuerda, didácticamente, que los dos principales partidos de la política española son una catástrofe moral. Y que los españoles deberían contar con alguna opción razonable para su voto, algo que, en mi opinión, no sucede. Como persona incapaz de votar a la derechona y asqueada de lo que Sánchez y sus secuaces han hecho con lo que quedaba de la socialdemocracia española, ¿qué hago yo cuando toque votar dentro de poco tiempo (no creo que Sánchez resista hasta 2027)? Pues, probablemente, abstenerme.

Estoy llegando a una edad provecta y ya he votado mucho para no conseguir prácticamente nada.

Procedamos por eliminación. Los partidos supuestamente a la izquierda del PSOE me dan una grima considerable. Sumar y Podemos son sendas bromas de mal gusto a costa de la maltratada izquierda española. Considero que Yolanda Díaz no dice más que memeces y que Ione Belarra e Irene Montero son dos peponas absurdas capaces de ir a reírle las gracias a Arnaldo Otegi justo cuando se cumple un nuevo aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco.

Su progresismo de chichinabo me revienta. Por mí, podrían seguir el ejemplo de su amigo el tabernero Iglesias y ponerse una boutique o un estanco o una sauna gay. Y perdónenme el clasismo, pero las encuentro a las tres muy poco preparadas, tendentes al fanatismo y, básicamente, muy tontas.

Como tampoco soporto a los partidos separatistas y considero que habría que disolverlos por el bien del país, no quiero saber nada de Puchi ni del beato Junqueras. No pienso votar al PACMA hasta que sean coherentes y, si logran representación en el Parlamento nacional, envíen a un perro o a un armadillo a ocupar el escaño. Tampoco puedo votar a Vox, partido de posfalangistas cutres, aunque su líder aprenda algún día a hablar francés sin causar vergüenza ajena.

En las últimas elecciones voté por Izquierda Española, consciente de que tiraba mi voto a la basura. Creo que el partido de Guillermo del Valle podría ocupar la plaza que dejó libre el primer Ciudadanos, cuando se llamaba Ciutadans y limitaba su área de influencia a Cataluña, pero lo tienen muy difícil. Albert Rivera tiró por el retrete diez años de trabajo y ahora es muy complicado volver a empezar, por mucho que una formación de izquierda no dispuesta a pactar con los nacionalistas haga mucha falta en la España actual.

Nos guste o no, estamos condenados al bipartidismo. Y los dos partidos principales dan un asco que te cagas (con perdón). Ambos están de basura hasta el cuello, pero se necesitan mutuamente. Ahora el PSOE se alegra de que lo de Montoro nos recuerde la vocación corrupta del PP. Pero dejarán de reírse cuando la UCO les pille en un nuevo renuncio. PSOE y PP solo aspiran al poder. Y cuando lo tienen, ¿qué hacen? Yo diría que nada.