Resulta muy difícil encontrar a alguien que le caiga mal a todo el mundo, pero la actriz trans Karla Sofía Gascón (nacida Carlos Gascón, Alcobendas, Madrid, 1972) yo diría que lo ha logrado.

La primera vez que la vi entrevistada por televisión ya detecté algo que me chirriaba, una mezcla de prepotencia, rencor, victimismo y autoestima desatada que no me la hacía especialmente simpática. Más bien todo lo contrario: su actitud era de las que suscitan preguntas modelo “¿Pero de qué va esta tía?”.

En posteriores apariciones televisivas y entrevistas periodísticas, la cosa fue empeorando y a mí cada vez me caía peor. ¿Cómo se podía ser tan bocazas? Y, sobre todo, ¿qué falta hacía? Tras una carrera tirando a gris entre España (apareció como Carlos Gascón en series como Los ladrones van a la oficina, Al salir de clase, La que se avecina o Hospital Central) y México (básicamente culebrones, aunque participó en el film más taquillero de toda la historia del país, Nosotros los nobles -2013-, de Gary Alazraki), le había tocado la lotería cuando el cineasta francés Jacques Audiard la puso a encabezar el reparto de su película Emilia Pérez, todo un éxito de crítica (aunque en México sentó como un tiro: parece que los acentos dejan bastante que desear y que está rodada en unos estudios de Marsella) que se coló por la puerta grande en el trayecto hacia los premios de la academia de Hollywood. ¿No era mejor centrarse en el presente que refocilarse en el pasado? No sé si se la trató tan mal como trans como ella aseguraba, pero no era el momento de recrearse en asuntos que habían quedado atrás. ¿Qué necesidad tenía de suicidarse artísticamente?

Empezaron a pintar bastos con la aparición de tuits de hace años en los que mantenía opiniones conflictivas sobre diferentes colectivos y personas, especialmente compañeras de profesión. Supongo que los exhumó alguien al que le caía tan mal como a mí, pero ahí empezó a buscarse la ruina y a caminar velozmente hacia la cancelación. De estar nominada al Oscar (y poder ser la primera mujer trans en ganarlo) pasó a una condición de apestada a la que nadie quería acercarse. Hasta Audiard empezó a ponerla de vuelta y media y a acusarla de hundirle la carrera a su película. Netflix se puso a la labor de meterla en la lista negra y eliminarla de la promoción de Emilia Pérez (no acudirá a ningún acto de los premios de la academia de Hollywood). Hasta le han retirado la invitación a los premios Goya. A este paso, su auge va a ser de los más breves de la historia.

Dicen los anglosajones que la actitud lo es todo (Attitude is everything), y me temo que es su actitud, su manera de ir por la vida, lo que puede acabar con Karla Sofía Gascón, más que unos tuits de hace años o sus comentarios despectivos hacia otras actrices. Esa mezcla de rencor y sobradismo que la caracteriza es, creo yo, lo que la ha condenado.

Ha tenido la mala suerte, además, de que ahora, en plena expansión de lo woke, te cancelan a las primeras de cambio. Y los que lo hacen, en la mayoría de los casos, ni se han molestado en ver tu película, leer tus libros o echarles un ojo a tus cuadros.

Con su actitud de una chulería rayana en la violencia, la señora Gascón se ha ganado la animadversión general, sin que se oigan muchas voces que salgan en su defensa. No he visto Emilia Pérez. Puede que Karla Sofía esté espléndida en ella. El problema es que eso ya no le importa a casi nadie, una vez la hemos convertido en una especie de bruja mala (con su necesaria colaboración). Y lo peor de todo es que esta, digamos, mujer se ha hundido por bocazas, por largar más de la cuenta y soltar veneno a cascoporro.

El equipo de la película, lógicamente, está que trina con ella. Emilia Pérez se había hecho con 13 nominaciones y habrá que ver si el mal rollo que desprende Gascón no afecta negativamente a esas 13 oportunidades de premio. Para unos, por lo que he podido leer, es una obra maestra. Para otros, un fistro diodenal, que diría Chiquito de la Calzada.

Lo grave es que la calidad ya no es un tema que esté sobre la mesa, pues la ocupa toda la nefasta actitud de Karla Sofía, que puede llevar a los votantes de la academia de Hollywood a mantenerse a una prudente distancia de la película, para desesperación de su director y de sus coprotagonistas, Zoe Saldaña y Selena Gómez (cuyo español, según me han dicho, deja tanto que desear como las letras de las canciones, claramente escritas por alguien con conocimientos del español tirando a rudimentarios).

La de la señora Gascón parece una performance de arte conceptual: triunfar a lo grande y, en cuestión de días, tirarlo todo por la borda y hundirse. Me temo que los gringos tienen razón: la actitud lo es todo.