Curioso caso el de Luigi Mangioni, el norteamericano de origen italiano que le ha volado la cabeza a Brian Thompson, jefazo de la super mutua United Healthcare y, en vez de generar hostilidad y críticas a cascoporro, se ha convertido en una especie de ídolo para muchos de sus compatriotas (y de los naturales de otros países en los que las mutuas se las gasten de manera parecida a como lo hacen en los Estados Unidos; es decir, movidas por la codicia, pensando exclusivamente en los beneficios y siempre en busca de la mejor manera de escurrir el bulto cuando les toca apoquinar en beneficio del asegurado).

El señor Mangioni se fabricó una pistola con una impresora 3D y disparó por la espalda a un ser humano que, en principio, no le había hecho nada (aunque él lo culpaba de cierto estado de las cosas inmoral e intolerable). Sólo por eso, debería merecer el desprecio de sus compatriotas y de cualquier persona decente. Y sin embargo…

Sin embargo, dentro y fuera de su país, hay gente que le aplaude, que se solidariza con él y que, en cierta medida, viene a decir que algo debió hacer el señor Thompson para acabar acribillado a balazos en una calle de Manhattan.

Vamos a ver, ¿qué ocurre aquí? ¿Nos hemos deshumanizado del todo y nos dedicamos a aplaudir a asesinos de ejemplares padres de familia? ¿O estamos proyectando nuestras frustraciones con respecto a la privatización de la salud en un alto ejecutivo de una de las mutuas más poderosas de Occidente, que fácilmente puede recordarnos a la más modesta que, en nuestra ciudad del país que sea, vela (teóricamente) por nuestras necesidades médicas? Me parece que algo de eso hay.

Sin salirnos de España, somos legión los que nos hemos hecho socios de una mutua (nadie nos ha obligado, pero en un momento determinado nos pareció una inversión razonable: en mi caso, ciertas comodidades en la muerte de mis padres me llevaron a apuntarme a Adeslas; básicamente, aunque suene ridículo, el aparente privilegio de no tener que compartir la habitación con nadie para reventar en una cierta paz que, si te paras a pensarlo, es una memez, ya que, cuando la estás diñando, ¿qué más te da hacerlo en privado que en público, junto a otro ser humano que está igual o peor que tú?).

Gracias a aquella pijada que me dio de querer morirme solo, llevo algo más de 20 años pagando mi cuota mensual a Adeslas, a cambio de la cual tengo la impresión de no haber recibido gran cosa. Si exceptuamos una operación de cataratas, que me salió gratis total (aunque el médico, no sé cómo, se las apañó para soplarme 1.000 euros), lo único que le he sacado a la mutua ha sido una serie de pequeños servicios o trámites en los que, frecuentemente, se me ha aplicado una cosa llamada “copago”, que consiste, como su nombre indica, en que, además de pagar tu preceptiva mensualidad a la mutua, tienes que apoquinar unos monises extra por la gestión sanitaria a la que te hayas apuntado.

Y se supone, encima, que debo considerarme afortunado. A un amigo mío que pasó por una mala etapa en la que se vio obligado a recurrir con frecuencia a la supervisión médica, su mutua lo puso de patitas en la calle con la excusa de que abusaba de los supuestos privilegios de los que gozaba (y por los que pagaba religiosamente cada mes). El mutualista ideal, deduje, es el que paga religiosamente sin recibir nada a cambio.

Sumando mi experiencia personal a la de mi amigo y, supongo, a la de mucha más gente que no ha encontrado en su mutua la actitud que esperaba es como he llegado a la triste conclusión de que estamos ante un negocio en el que impera la cuenta de resultados y en el que el bienestar del asociado no es precisamente la prioridad de la empresa de turno.

Intuyo que el señor Mangioni debió llegar a una conclusión similar y decidió obrar en consecuencia. A su manera, que no tiene nada que ver con la de la mayoría de mutualistas que cada vez tenemos más la impresión de que se nos toma el pelo y se nos saca la pasta a cambio de lo menos posible. Ante esta situación, cada uno reacciona como Dios le da a entender.

Yo estoy pensando seriamente en darme de baja de Adeslas (de mis dos grandes crisis médicas de los últimos años, el infarto de 2006 y el ictus de 2024, se ha encargado brillantemente la Seguridad Social, la sanidad pública: ¿necesito a una entidad privada que me cobre copagos por analíticas y pruebas de estar por casa?). Pero al señor Mangioni no le bastó con retirarse de United Healthcare y le pareció oportuno enfrentarse a lo que consideraba la insufrible codicia de la empresa asesinando a su mandamás. No todo el mundo se toma lo que considera injusticias de la misma manera.

La inmensa cantidad de gente que ha expresado su solidaridad y hasta su admiración en Estados Unidos por el señor Mangioni debería hacernos pensar. Y debería hacer pensar a los codiciosos tentáculos de la sanidad privada si su actitud cumple con las leyes fundamentales de la ética y la moral.

No hay que convertir a Mangioni en un héroe, en el Robin Hood de la sanidad contemporánea, pero como zumbado con coartada social hay que reconocer que es de lo más coherente que ha surgido últimamente en los Estados Unidos. Su admiración por otro ilustre orate, el Unabomber, no es casual y debería también hacernos pensar en la inhumanidad que impera en tantos sectores de la moderna sociedad occidental y sobre la que el poder político debería interesarse.

La eliminación de Brian Thompson me recuerda las ejecuciones en la Alemania de los años 70 de la banda Baader-Meinhof, acciones sin duda criminales, pero en las que se apuntaba con mucho tino desde una perspectiva demencial-revolucionaria (nada que ver con los estúpidos asesinatos de ETA, consistentes en eliminar al primero que se ponía a tiro, aunque careciera de importancia en su organigrama político-criminal).

Sí, Ulrike Meinhof era una pija con pretensiones revolucionarias, y Andreas Baader, un tarugo que encontró en la política la excusa ideal para dedicarse al crimen, pero su elección de los enemigos del pueblo era impecable. En ese sentido, la pieza que se ha cobrado el señor Mangioni también está muy bien seleccionada. ¿Debería librarle eso del juicio y la cárcel? Por supuesto que no. Pero puede hacernos reflexionar a muchos sobre las cosas que funcionan mal en este mundo, los desquiciados sistemas que algunos idean para solucionarlas y la desidia del poder para poner un poco de orden en el descontrol moral que padecemos.