Últimamente, cada vez con mayor frecuencia, me entran ganas de ser idiota. O, mejor dicho, de ejercer de idiota en el sentido clásico y romano del término; o sea, ser un ciudadano que no presta atención a la política. El idiota nace y se hace: yo me alistaría al segundo contingente. Y sí, ya sé que, si no haces política, te la harán a ti. Por eso, en la medida de mis posibilidades (muy limitada), aún insisto en escribir artículos como éste, en los que básicamente, me dedico a hablar solo. Puede que me quede un poco más tranquilo después de sincerarme con el querido lector, pero hasta ese alivio va de capa caída.
Puedo (y probablemente debo) ciscarme en los congresos que celebran este fin de semana el PSOE y ERC, pero si no escribiera nada al respecto, todo daría más o menos lo mismo: dejemos para los jóvenes columnistas esa ilusión, que ya experimenté hace años, de que lo que uno dice sirve para algo. Digamos lo que haya que decir, pero, a nuestra edad tirando a avanzada, no nos vengamos arriba pensando en los miles de personas que nos van a leer en sus casas y nos van a dar la razón. En realidad, suerte tenemos ya todos de que el lector llegue al segundo párrafo de nuestros fárragos: a mí cada día me cuesta más terminar el primer párrafo de gente cuyos textos leía enteritos no hace tanto tiempo.
Hace unas semanas, el escritor catalán Quim Monzó anunció que dejaba de escribir artículos para La Vanguardia. Pocos años antes, se retiró de la ficción, de la literatura. Según propia confesión, sólo tiene ganas de jugar a la butifarra en su pueblo de veraneo junto a otro glorioso jubilado, el periodista Tomàs Delclós, al que tuve de jefe durante los años que estuve colaborando con el diario El País (años 90).
Decía Monzó que dejaba de escribir artículos porque la realidad no cambiaba y la inevitable repetición de hechos y personajes le aburría tremendamente. Teniendo en cuenta que sólo es cuatro años mayor que yo, me pregunto cuánto me falta a mí para llegar a su mismo estado de ánimo. De hecho, lo que más me pregunto actualmente es de dónde saco la energía necesaria para seguir comentando, de forma que resulte amena, ¡además!, la actualidad catalana y española.
La cosa resulta notablemente mejor en el mundo de la cultura y la creación, del que salen mis artículos para Letra Global. Ahí se me permite volver a los estimulantes tiempos del underground y escribir sobre libros, cómics, discos, películas y series de televisión que tal vez no susciten el interés general de los lectores, pero que le dejan a uno concentrarse en todo aquello que, en el fondo, le ha hecho siempre la vida más soportable.
¿Por qué empecé yo a hablar de política, un tema que siempre había esquivado, que siempre había afrontado como un genuino idiota romano? Supongo que la culpa fue del prusés. De repente, había encontrado un tema relacionado con la política, pero también con la estupidez humana, asunto que siempre me ha fascinado, tanto en la ficción como en el periodismo, y me agarré al prusés para plasmar mi decepción, mi desencanto y mi asco hacia mis conciudadanos.
Le saqué jugo al tema: tres libros y cientos de artículos. Ya puestos, amplié el foco a la política española (que también era rica produciendo decepción, desencanto y asco), de vez en cuando, a la mundial (íncubos como Donald Trump, Elon Musk o Vladimir Putin le agitaban a uno la imaginación). Y así he llegado al día de hoy, en que me toca dedicar un artículo a algo relacionado con la política española, europea o global.
Me ponga como me ponga, todo me lleva al congreso del PSOE en Sevilla, sobre el que soy incapaz de escribir nada mínimamente serio (si no quisiera moverme de Cataluña, podría apañarme con la contienda entre las tres facciones de ERC por el control del partido, que hace aguas por todas partes, como ese prusés con el que se vinieron arriba personajes como el beato Junqueras, Marta Rovira y demás quiméricos inquilinos de la Cataluña catalana).
Admiro profundamente a todos los colegas que se están estrujando las meninges para aportar algo nuevo al congreso de marras: yo sólo veo un sindiós al que hasta cuesta trabajo sacarle punta desde una cierta comicidad. Veo un partido, el PSOE, en el que no funciona nada, en el que todo hace aguas por todas partes y que sólo se mantiene más o menos vivo gracias a la portentosa ineptitud e imbecilidad del partido de la competencia de derechas, el PP, que se muere por presentar una función de censura contra Pedro Sánchez, pero no sabe cómo. Y no será porque no esté justificada: el resiliente mandatario tiene abiertos una docena de frentes entre la parienta, el hermano, un exministro, una mezcla de mayordomo y aizkolari, un dirigente regional dimisionario… Le acuses de lo que le acuses, te dice que eres un esbirro del farcihmo y se queda tan ancho. Los pelotilleros que lo rodean (y que le deben el cargo y, prácticamente, sus pútridas existencias de ministro, subsecretario y pelota primero de la Nueva Oficina Siniestra) dicen que saldrá reforzado de un congreso del que debería salir muerto si la política española obedeciera mínimamente a una cierta lógica.
¿Ser un periodista como Dios manda consiste en escribir un texto en serio sobre el congreso del PSOE y la actual situación del partido? Me temo que sí, pero difícilmente lo voy a lograr si no soy capaz ni de tomarme a chufla al resiliente Sánchez y a sus secuaces. Y si por lo menos pudiera observar con cierto respeto a los del PP, como hacen los periodistas de la derechona… Pero ni eso puedo. Como tampoco puedo creer en un futuro mejor diseñado por Podemos o Sumar.
Ante mí, sólo veo el desastre, el aburrimiento y la estupidez. Y el desinterés generalizado de nuestra clase política por el español medio, ese mileurista famélico al que no le llega ni para alquilar un zulo en el que vivir y por el que hace décadas que no se preocupa ni la izquierda, ni la derecha ni nadie.
Dan ganas de portarse como un idiota político. Entre otros motivos, porque nuestros políticos nos tratan como idiotas. ¿Seguro que no prefieren que les hable de la reedición ampliada de King of America, el disco de Elvis Costello producido en 1986 por el gran T. Bone Burnett? ¡Seis discos en total! ¡Y un librito escrito por el propio señor Costello! ¡Una inmersión fascinante en la música americana a cargo de un inglés miope! Les aseguro que da más alegrías que el congreso del PSOE. Y a diferencia de Sánchez, Elvis Costello no nos toma por idiotas.