Si hay un cineasta norteamericano familiarizado con la estupidez humana y su avance implacable en la sociedad es Mike Judge (Guayaquil, Ecuador, 1962), cuya obra se distingue por hacer hincapié en la capacidad humana para el cultivo de la imbecilidad, ya sea desde el terreno de la animación (Judge creó a Beavis & Butthead, dos anormales de nivel cinco cuyas andanzas nos resultaban hilarantes y, al mismo tiempo, podían sumirnos en la más negra de las depresiones) o de la imagen real (recordemos su película de 1999 Office space, aquí titulada Trabajo basura, una de las reflexiones más pertinentes jamás rodadas sobre la capacidad de alienación de los empleos de oficina).

Obsesionado por la estupidez, el señor Judge rodó en 2006 su obra maestra al respecto, Idiocracy, cuyo título utilicé para uno de mis libros, centrado, como la película, en la democracia idiota que se va abriendo camino hace tiempo en todo el mundo.

Idiocracy estuvo metida en un cajón durante bastante tiempo, hasta que su productora llevó a cabo una distribución mínima, fruto del temor a exhibir lo que habían pagado, que podía no sentar del todo bien a la audiencia por la imagen que daba de Estados Unidos como un país en el que, en pleno siglo XXV, los idiotas se han impuesto por completo a los que todavía piensan y han fabricado una sociedad en la que nadie sabe ni entiende nada y cuyo presidente es una antigua estrella de la lucha libre.

En ese escenario aparecen Joe (Luke Wilson) y Rita (Maya Rudolph), un soldado y una prostituta carentes de luces que fueron congelados criogénicamente cinco siglos atrás, olvidados por el gobierno que puso en marcha el experimento y descongelados al ser encontrados en un almacén, aunque sin ningún objetivo claro.

Curiosamente (o no), estos dos simplones de comienzos del siglo XXI son los dos especímenes más listos del siglo XXV, al que pretenden hacer frente para intentar revertir la situación.

Si Joe y Rita fuesen descongelados ahora mismo, se encontrarían una América muy parecida a la de Idiocracy. Es la que está poniendo en marcha Donald Trump, quien, de una manera que a muchos nos resulta inverosímil, vuelve a ocupar la presidencia de los Estados Unidos, repartiendo cargos entre sujetos que nos recuerdan poderosamente a los secundarios de la película de Mike Judge.

Sí, de acuerdo, el segundo de a bordo, Elon Musk, da miedo. Pero de ahí hacia abajo abundan los idiotas que, además de cierto pavor, también mueven a la risa (y que han conseguido alarmar a un sector del Partido Republicano que parece que va a intentar impedir que sean confirmados en sus cargos).

Me refiero a gente como el nuevo fiscal general, Matt Gaetz, que quiere desmantelar el FBI y demás agencias encargadas de la seguridad nacional, que sigue a negacionistas del Holocausto y que está acusado de haber mantenido relaciones sexuales con una chica de 17 años.

O a Tulsi Gabbard, sospechosa de haber distribuido propaganda rusa, a la que el Donald quiere poner al frente del Servicio de Inteligencia.

O a Pete Hegseth, militar pasado por Irak y Afganistán, cubierto de tatuajes supremacistas y que sostiene que las mujeres no sirven para el combate, donde molestan más que otra cosa (la ha tomado con el ejército, que, según él, solo tiene un plan, que es entregar el mando de las fuerzas armadas a las lesbianas trans de raza negra).

O Marco Rubio, cubano que ve comunistas debajo de las piedras y que debe ser lo más parecido que ha encontrado Trump al abogado de Joe en Idiocracy, un tipo llamado Frito Pendejo.

Mike Judge fue un visionario en 2006. Sus peores presagios se cumplieron durante la primera Administración Trump, que fue, probablemente, una broma en comparación con la que se nos viene encima.

Para empezar, gracias al señor Gaetz, el Donald puede ser indultado de todas las atrocidades de que se le acusa (mientras Gaetz se indulta a sí mismo y, ya puestos, a los trogloditas que asaltaron el Capitolio). Y luego ya habrá tiempo para disolver el FBI y cantarles las cuarenta a las lesbianas trans negras.

Sin olvidar las deportaciones en masa, tan aplaudidas por esos solidarios inmigrantes que no hace tanto estaban en la misma situación de quienes van a ser echados a patadas.

Estados Unidos ya es una idiocracia. Y Europa empieza a emprender el mismo camino. Entre la ineptitud de la izquierda y la burricie seductora de la derechona, tenemos ante nosotros un futuro esplendoroso, gobernados todos por energúmenos con una gran capacidad de convicción (en España, esos energúmenos se consideran progresistas, para más inri).

En los USA se vuelve a los tiempos del senador McCarthy y al descrédito absoluto de la ética y la moral entre gobernantes y gobernados. Todo parece indicar que la idiocracia ha venido para quedarse. En fin, ojalá me equivoque y la película de Mike Judge vuelva a ser una ficción.