Mi difunto padre, el coronel De España, admiraba profundamente a José María Aznar (yo creo que era el político que más le recordaba al Caudillo), pero eso no le impedía criticarlo cuando hacía algo que a él se le antojaba inconveniente o equivocado.
En cierta ocasión, bajo un sol de justicia, Aznar se quitó la chaqueta y se la echó al hombro mientras, a su lado, Juan Carlos I, que aún estaba en activo y no había accedido a la categoría de emérito, aguantaba estoicamente la solanera sin desprenderse de la chaqueta y ni tan siquiera aflojarse la corbata.
“¿Tú has visto que el Rey se haya quitado la chaqueta?”, me preguntó mi padre retóricamente, pues sin darme tiempo a decir nada y alzando el volumen de su voz añadió: “Pues si el Rey no se quita la chaqueta, ¡aquí no se la quita ni Dios!”.
Llegado el invierno, Aznar volvió a meter la pata en opinión de mi progenitor, quien describió la nueva gaffe presidencial con la frase: “Esta es la segunda que me hace”. ¿Y qué había hecho el líder del PP para irritar de nuevo a mi pobre padre? Pues recurrir a un propio para que lo tapara con un paraguas mientras el Rey, de uniforme y presidiendo un desfile, se calaba hasta los huesos en cumplimiento del deber.
Nueva contribución retórica del coronel: “¿Tú has visto que el Rey se cubra con un paraguas? No, ¿verdad? (pausa y subida de volumen) ¡Pues si el Rey se moja, aquí se moja todo Dios!”. Recordé estos comentarios de mi padre hace unos días, cuando la espantada lamentable de Pedro Sánchez en la visita oficial a un pueblo valenciano convertido en un barrizal por esa DANA que no supieron prever ni el Gobierno nacional ni el autonómico (cuya consejera de Interior, Salomé Pradas, ignoraba la existencia de un sistema de alertas vía móvil que podría haber sido de cierta utilidad a la población).
Tras ver cómo a un escolta de Sánchez lo rozaba el palo de un garrulo cabreado por el retraso estatal y autonómico a la hora de intentar poner algo de remedio a la penosa situación, y el presidente optaba por salir por patas del lugar (luego se inventaría un atentado gravísimo de algún grupúsculo de extrema derecha para justificar su cobardía y su jeta), noté cómo se apoderaba de mí el espíritu de mi difunto progenitor y le dije a la tele: “¿Tú has visto que el Rey haya abandonado el lugar de los hechos?”. Y, a continuación, levantando convenientemente la voz, clamé: “¡Pues si el Rey se queda, tú te quedas, desgraciado!”.
Aunque casi siempre con retraso, solemos acabar dándole la razón a nuestro padre, cuando la tenía. Dada la lamentable actuación de Pedro Sánchez a lo largo de esta última crisis climática (que ha consistido, básicamente, en echarle el muerto encima a Mazón, lo cual tampoco era muy difícil, dado que la torpeza del antiguo aspirante a concursar en Eurovisión ha sido pública y notoria; aunque, eso sí, tuvo el detalle de no dejar tirado a Felipe VI, como hizo Sánchez, aunque no me ha quedado claro si por respeto institucional o porque, siendo más bien bajito, podía esquivar el lanzamiento de barro situándose a la espalda de Su Majestad), puede parecer banal señalar que no me parece muy correcto salir por patas cuando el jefe del Estado no lo hace, pero creo que dice mucho sobre el sujeto.
Recordemos que, ya hace un tiempo, mantuvo una conversación en la calle con Felipe VI sin sacarse las manos de los bolsillos. Y dejando aparte la falta de educación consistente en ponerse a salvo del fango (una cosa es denunciarlo y otro encajarlo en el cuerpo y dejar de ser momentáneamente Mr. Handsome, Almodóvar dixit), lo peor vino después de la bochornosa espantada, cuando se sacó de la manga un supuesto atentado de extrema derecha dirigido hacia él (y se supone que también hacia el Rey, pero a ese que lo zurzan, ¡haberse quedado en la Zarzuela!). Sí, es cierto: había algunos fachas entre la masa de aldeanos airados, pero de ahí a hablar de un complot del farcihmo para hacerle pupa, yo diría que hay cierta distancia.
Aquello estaba lleno de gente que detesta a Pedro Sánchez, y puede que algunos de ellos voten a Vox. Pero a Sánchez lo detesta mucha gente que no vota a Vox ni forma parte de la derecha o de la extrema derecha y que no se cree que es lo único que nos separa del fascismo.
Gente como yo mismo, sin ir más lejos, un socialdemócrata de los de antes que lo considero un trepa, un embustero y un cínico carente de la menor empatía con nadie que hasta es capaz de utilizar una catástrofe nacional para echar ya no fango, sino, directamente, mierda sobre la competencia política (tarea bastante sencilla si tenemos en cuenta la ineptitud y la torpeza del PP).
Salir pitando de un pueblo valenciano, dejando tirado a su inmediato superior (contra el que no iba dirigida la ira de las masas, pese a los intentos de Sánchez por involucrarlo en una muestra de odio que solo le afectaba a él y al ínclito Mazón) no se me antoja un detalle banal, ni una rebelión progresista contra un protocolo caduco.
A mí me parece que es un detalle que contribuye a completar el retrato del personaje, un tipo que va exclusivamente a la suya y que no ha visto la necesidad de elevar el drama al nivel 3 (gestión exclusiva a cargo del Estado) para que se comiera todo el marrón un Gobierno autónomo del PP.
Gobierno tirando a inútil, cierto, pero eso es razón de más para quitarle el manejo de la situación, en vez de agarrarse a legalismos idiotas, tan típicos del sistema autonómico (algún día habrá que pensar seriamente en acabar con este absurdo régimen de taifas y montar un Estado federal con gobernadores en vez de presidentillos), para que pringue el enemigo, al que en este caso ha venido muy bien que se le diera agua (y barro).