Quienes hayan visto la película de Berlanga y Bardem cuyo título he tomado prestado para esta columna recordarán la secuencia en la que Fernando Fernán Gómez y Elvira Quintillá se marchan de un restaurante sin abonar la cuenta, chollo incluido en un concurso que han ganado, y son abordados por José Orjas en su papel de camarero que no se ha enterado de que acabará cobrando por una vía alternativa. Un responsable de la organización le dice algo así como: “Pero ¿cómo les va a cobrar, hombre? ¡Si son la pareja feliz!”. A lo que Orjas responde: “Sí, claro, son felices porque no pagan”.
Me he acordado de esta secuencia de Esa pareja feliz viendo cómo reaccionaban Pedro Sánchez y su mujer, Begoña, ante los anhelos del juez de turno para que prestaran declaración por las presuntas trapisondas de la parienta (tráfico de influencias y otras futesas procedentes de la fábrica del fango, según El Hombre Profundamente Enamorado de su Esposa).
Hace tiempo que les toca darnos explicaciones de su particular sindiós y no hay manera. Cuando no les queda más remedio que dar la cara, la dan a su manera: Begoña, tras asegurar que está dispuesta a colaborar con la justicia, se presenta ante el juez y, siguiendo instrucciones de su abogado, se acoge a su derecho a no declarar y se queda tan ancha; el presidente del Gobierno, por su parte, se resiste a darle conversación al juez y se acoge también a un derecho de su cargo que le permite declarar por escrito. Como diría José Orjas, estamos ante una pareja feliz porque no paga. En esta ocasión no se trata de dinero, sino de reconocer que están protagonizando un caso un pelín turbio y que los españoles tienen derecho a escuchar su versión de los hechos, que también es una manera de pagar.
El presidente y la primera dama han optado por hacerse el sueco y entorpecer por todos los medios la investigación que les afecta, y lo están haciendo de la manera más sospechosa y pueril posible: la una, sosteniendo que la toman con ella por ser la esposa del hombre que nos protege del farcihmo, y el otro insistiendo en su célebre máquina del fango y en las supuestas conspiraciones de la derechona y la ultra derechona. ¡Chicos, un poco de seriedad!
A simple vista, el asunto apesta ligeramente: esas reuniones con empresarios en la Moncloa (y en las que podría haber participado, o no, el propio Sánchez), ese pestazo a tráfico de influencias que despide todo el asunto, esos cargos universitarios de Begoña que suenan peligrosamente a abusos de poder… Vamos a ver, aquí nadie está afirmando que estemos ante un par de mangantes (bueno, sí, los del PP y los de Vox), lo único que queremos es aclarar las cosas y llegar a alguna conclusión razonable.
Ya entiendo que el resiliente Pedro tiene muchos frentes abiertos: la coronación de Salvador Illa como presidente de la Generalitat, la posible pérdida de los siete votos de Puchi si a este le da por materializarse en Barcelona y hay que detenerlo, el rebote de la mayoría de comunidades autónomas ante las concesiones a Cataluña por la cuenta que le trae al Hombre Profundamente Enamorado de su Esposa (y de su Sillón)… Pero le agradeceríamos que dejara de silbar con lo de los presuntos chanchullos de la parienta y no se acogiera a derechos tan convenientes como el de declarar por escrito. Y es que, además, ¿cómo se hace eso? ¿Como esas entrevistas periodísticas que consisten en un formulario con veinte preguntas que el destinatario contesta desde su ordenador?
Esa clase de entrevistas suelen ser un asco, ya que obligan al periodista a plantear un montón de cuestiones que el entrevistado contesta tranquilamente sin que su interlocutor tenga derecho de réplica. Todos los que hemos entrevistado a alguien sabemos que una pregunta lleva a otra, dependiendo de la respuesta del contrincante, que hay que dejar espacio a la improvisación y que hay que hacer todo lo posible para que la entrevista de turno se parezca lo más posible a una conversación. De la misma manera, no es lo mismo responder a un cuestionario que charlar con un juez al que, según lo que le digas, se le pueden ocurrir más preguntas que sí, tal vez te lleven a la ruina, pero así son o deberían ser las cosas.
No es que a Sánchez le quede mucha credibilidad, pero si quiere perderla toda, lo mejor que puede hacer es lo que está haciendo: mirar hacia otro lado, poner cara-de-yo-no-fui (que diría Rubén Blades) y seguir dándonos la chapa con la máquina del fango y otras convenientes patrañas. Sí, puede que Pedro y Bego sean una pareja feliz, pero, si lo son, es porque no pagan.