La extrema derecha está que lo peta en el Parlamento Europeo. Si fuesen todos a una serían un peligro público mayor del que ya representan, pero, afortunadamente para nosotros, se subdividen en diversos grupos que, además, no se llevan especialmente bien.

Alternativa por Alemania acaba de crear su propio grupúsculo (antes formaban parte de una cosa llamada Identidad y Democracia, pero los echaron de ahí por unas declaraciones de uno de sus líderes, Maximilian Krah, quien vino a decir que los miembros de las SS eran, en el fondo, unos buenos chicos), escorado aún más a la derecha que los dos ya existentes: Patriotas por Europa, de nuevo cuño, procedente también de Identidad y Democracia, cuyo principal cerebro, por llamarlo de alguna manera, es el húngaro Viktor Orban y al que se ha apuntado Vox; y Conservadores y Reformistas Europeos (conservadores y reformistas a la vez, ¡supérenme esto, que va en la línea de ese oxímoron que es el mexicano Partido Revolucionario Institucional!), donde corta el bacalao la italiana Giorgia Meloni, mandamás de Hermanos de Italia, sonrisa del régimen y heraldo de un nuevo orden que, si llega, que Dios nos coja confesados (de momento, ya ha convertido la RAI en Tele Meloni).

Lo de AfD atiende por Europa de las Naciones Soberanas y ha conseguido reunir a lo mejor de cada casa (o eso que los anglosajones definen como a motley crew): 25 eurodiputados, de los cuales, 14 proceden de Alemania y el resto se divide entre los búlgaros de Renacimiento (tres diputados) los polacos de Confederación (otros tres), un francés de Reconquista (el partido de Eric Zemmour), un checo del SPD, un eslovaco de Republika, un húngaro de Nuestra Patria y un lituano de Unión del Pueblo y la Justicia. Curiosamente, los tres diputados de Se Acabó la Fiesta no se han sumado a la fiesta (Alvise es mucho Alvise).

Tradicionalmente, ha sido la izquierda la especialista en no ponerse de acuerdo en nada y hacerse la puñeta mutuamente entre las distintas formaciones progresistas o seudoprogresistas, pero los políticos de la derechona acaban de demostrar que también se las pintan solos para montar un buen sindiós. Con lo fácil que sería organizar una súper coalición (Fachas Unidos, por ejemplo) y convertirse en los putos amos del Parlamento Europeo, por usar un concepto muy querido por el simpar Óscar Puente.

A este overbooking de partidos de extrema derecha se añade un detalle francamente preocupante, que es la presidencia semestral de la UE que le ha caído a Hungría; es decir, a Viktor Mihály Orban (Székesfehérvár, 1963), al que piadosamente tildaré de energúmeno con pujos de tiranuelo cuya principal misión en esta vida parece consistir en sacar de quicio al resto de los países que componen la Unión Europea (siendo Hungría de los últimos países en ingresar en la UE, se agradecería por su parte un poco más de respeto a las leyes y normas establecidas, por no hablar de que su nacionalismo y antieuropeísmo hacen difícil entender su adhesión a un ente supranacional).

Algo me dice que, con semejante presidente, la UE va a vivir medio año de abrigo (ya hay quien sugiere acortar el plazo, pero Orban se resiste), pero los grupos y grupúsculos de extrema derecha se lo van a pasar muy bien; sobre todo, el que él mismo se ha sacado de la manga y al que con tanta alegría se ha sumado Vox mientras practica el suicidio político en España dándose de baja de los Gobiernos regionales del PP por un quítame allá esos menas (en el fondo, Abascal le está haciendo un favor a Núñez Feijóo, que queda como un político solidario de centroderecha).

Nada más tomar posesión del cargo, Viktor Orban se ha ido a ver a Vladímir Putin y a Xi Jinping, enemigos declarados de la UE. Para completar la travesura, no ha dudado en dejarse caer por Mar- a-Lago para hacerle la pelota a Donald Trump, al que ya ve como próximo presidente de los Estados Unidos (algo que empieza a parecer probable con un adversario que llama Putin a Zelenski y convierte a su vicepresidenta en Kamala Trump).

Mientras Europa se arma hasta los dientes y aprueba el envío masivo de armas a Ucrania, el bueno de Viktor hace buenas migas con Putin, sostiene que Ucrania tiene que desprenderse de parte de su territorio para que a su amiguete se le pase el berrinche y le da la mano al sátrapa chino que, de manera sibilina, hace todo lo que puede para jorobar a los europeos. Como se dice vulgarmente, con amigos como este, ¿quién necesita enemigos?

Lo sorprendente del asunto es que la UE no disponga de alguna manera de desactivar a sujetos como el señor Orban. No vale aquí la excusa del verso libre (Orban no es poeta, sino abogado) y yo diría que lo de este hombre se llama, pura y simplemente, traición. ¿Queremos de presidente de la UE a un caballo de Troya de los rusos, los chinos y Donald Trump?  ¿No disponemos, ni tan siquiera, de medidas coercitivas que le obliguen a cambiar el rumbo de su muy subversiva trayectoria? ¿Sobreviviremos a seis meses de mandato de un europeo que no cree en Europa y que presume de haber instalado en su país un régimen iliberal porque, según él, es lo que le conviene al pueblo magiar? ¿Se formarán, bajo su férula, más grupos reaccionarios empeñados en hacer saltar por los aires la Unión Europea?

Alvise, calienta, que sales.