Aunque nunca voté a Mariano Rajoy, considero admirable su propensión a mostrar un perfil bajo y pasar todo lo desapercibido posible. Puede que no fuese gran cosa como presidente –parecía pensar que las cosas se arreglan solas o no hay quien las arregle–, pero como expresidente me parece ejemplar. Fue abandonar el Gobierno y perderle de vista. Sí, de vez en cuando lo lía Núñez Feijóo para algún mitin anti-PSOE, pero el hombre se limita a dejarse ver, darle unas palmaditas en el lomo al actual líder del PP, no hacer declaraciones de ningún tipo ni que lo maten y esfumarse discretamente para volver a casa y acabar de leer tranquilamente el Marca (no puede decirse lo mismo de Aznar, quien, en cuanto te descuidas, ejerce de fábrica de titulares y te recuerda lo que hay que hacer para salvar a España, que es siempre lo que a él se le pase por la cabeza en ese momento).
El ejemplo de don Mariano no es muy seguido entre los políticos españoles (aparentemente) jubilados. Abundan los boquirrotos y los dados a expresar su opinión sobre lo que sea sin que nadie se lo haya pedido. Reconozco que soy más benévolo con algunos y mucho menos con otros. En ese sentido, encajo mejor los exabruptos de González y Aznar porque fueron tipos carismáticos con los que podías estar de acuerdo o no, pero que, cada uno a su manera, ejercieron cierta autoridad moral en sus respectivos partidos hace un montón de años (las salidas de pata de banco de Alfonso Guerra las agradezco todas, pues suelen divertirme considerablemente).
Lo que ya no encajo tan bien es la insistencia en imponer su presencia de ciertos expresidentes que no se distinguieron precisamente por su brillantez y que, en vez de hacer mutis por el foro, chupar de algún consejo de administración (para eso se inventaron las puertas giratorias, ¿no?) y hacer voto de silencio, se autootorgan una altura moral de la que nunca gozaron e insisten en seguir aparentando que son relevantes.
En este sector lamentable, creo que José Luis Rodríguez Zapatero se lleva la palma. ¿Tanto le costaba volverse a León y disfrutar de su pensión de padre de la patria? Pues parece que sí, que le costaba mucho, y que consideraba que aún podía poner su granito de arena para el progreso y la convivencia de los españoles, así como ejercer de (supuesto) mediador en escenarios internacionales: así acabó haciendo como que trataba de poner orden entre el animal de Nicolás Maduro y su sufrida oposición, aunque en la práctica pasaba de dicha oposición como de la mierda y siempre encontraba alguna manera de justificar las constantes barrabasadas del autobusero reciclado en mandamás bolivariano.
No te puedes fiar de alguien que lo confía todo al talante. En general. Entre otras cosas, porque no se ha dado cuenta de que el término “talante”, sin un adjetivo detrás, no quiere decir absolutamente nada. Se puede tener buen talante o mal talante, pero talante a secas no. Y en el talante a secas basó nuestro hombre toda su carrera política, aliñada con algunas ideas de bombero (véase la alianza de civilizaciones, sin ir más lejos), un optimismo a prueba de balas, aunque sin base alguna (¿recuerdan cuando dijo que España estaba dando sopas con onda a Francia, Italia y Alemania?), una obsesión pueril con lo de que hablando se entiende la gente (algo deseable, pero tirando a muy difícil) y una actitud general propia de alguien que vive tan feliz en los mundos de Yupi (el pobre no llegaba ni al nivel del maestro Pangloss de Voltaire).
Una vez fuera del poder, Rodríguez Zapatero podría haber optado por un prudente silencio, pero, en vez de eso, se empeñó en convertirse en el perejil de todas las salsas. Últimamente le ha dado por hacerse fan de Pedro Sánchez, dar vivas a la amnistía, insinuar que hay jueces malévolos que quieren dinamitar esa contribución fundamental al progreso y a la convivencia entre españoles (y terroristas) de bien, porfiar por el reconocimiento de la identidad nacional catalana, mentir diciendo que toda Cataluña desea y necesita la amnistía de los zumbados del prusés (cuando hay más de un 50% de la población que está claramente en contra) y, sobre todo, ejercer lo que él cree que es una jerarquía moral basada en su famoso talante (que seguimos sin saber qué clase de talante era, pues él cree que es un término que se explica por sí solo).
O se ha venido arriba o tiene muy malos consejeros. Su presidencia no fue ninguna maravilla. Carece de carisma, aunque da la impresión de creer que anda sobrado de él. Como mediador internacional ha sido un desastre y un sectario capaz de ver progresistas donde los demás vemos dictadores y tiranuelos. Y ahora le ha dado por echarle una manita a la secta de Sánchez desde su supuesta condición de hombre sabio que pone su célebre talante, sea este el que sea, a disposición de sus desnortados compatriotas. ¿Se aburre en la jubilación o de verdad cree que ejercer de sicofante tardío de Sánchez lo va a llevar a alguna parte?
El presidente ya tiene a su camarilla de secuaces que le deben el cargo para disculpar lo indisculpable y tratar de enredarnos a todos con unas supuestas mejoras para la sociedad española que solo lo son para él y su pandilla de semovientes, que a veces hacen como que razonan y a veces ladran (si hay que morder, ahí está Óscar Puente, importado de Valladolid para cumplir con esa misión, cuando no anda enzarzado en alguna tangana en el AVE con algún bocachancla del PP que se ha quedado con su cara).
¿Le ha prometido algo Sánchez a Zapatero? Eso tendría cierta lógica. Pero me temo que Don Talante larga gratis, porque cree sinceramente estar rindiendo un servicio a España. O sea, que o se lo quiere llevar crudo o es un simplón venido arriba y tirando a bobo. Ambas posibilidades son siniestras, pero yo me inclino por la segunda. Y no te ofendas, José Luis, que para algo andas sobrado de talante.