Vicent Sanchis se está especializando --yo diría que a su pesar-- en un modelo de entrevista política que le resulta exasperante, a él y a la mayoría de la audiencia de TV3. Como director de la seva, le caen todos los pesos pesados --¡pesadísimos en realidad!-- de la política local, de los que siempre intenta extraer, ¡santa inocencia!, conceptos claros y cristalinos a los que tanto él como los espectadores puedan agarrarse para intuir cómo van a ir las cosas a partir de ahora. Pero siempre se topa con gente que brilla en el arte de echar pelotas fuera, sostener una cosa y la contraria y dejarnos a todos in albis de lo que piensan hacer. Destacan entre ese contingente los gerifaltes del prusés, como pudimos comprobar de nuevo el domingo con la entrevista a Quim Torra, ese señor que nos ha endilgado Puigdemont para que le haga de presidente suplente en espera de tiempos mejores.

Coexisten en Sanchis el hombre del régimen y el periodista que aún cree en las virtudes del oficio a la hora de informar al pueblo. Por eso planteó de nuevo la entrevista a Torra como un interrogatorio educado que el otro encajó con el sistema habitual: usted pregúnteme lo que quiera, que yo le contestaré lo que me dé la gana. Uno tiene sus debilidades, y entre ellas está la de sentir un aprecio personal por Sanchis, aunque nuestras miradas sobre Cataluña no puedan diferir más. Por eso me hacía sufrir viéndole intentar sacarle a Torra algo concreto, pues era imposible. Si le preguntaba si teníamos un gobierno autónomo o uno prerrepublicano, Torra respondía que sí a las dos cosas, que ahora autonomismo y más adelante república. Si inquiría por esa desobediencia que exige la CUP, Torra hablaba de buscar los momentos adecuados para desobedecer. Asistíamos a la constante cuadratura del círculo: parece que llegaremos a la república, según Torra, sin salirnos de la legalidad, ya que al final todo se arreglará con diálogo y manos tendidas.

Se trata, deduje yo, de que el prusés no termine nunca, de que el viaje a Ítaca dure décadas, no sea que volvamos a acabar todos en el trullo. Torra no se atreve a decir que la aventura republicana duró ocho segundos, que acabó como acabó y que no hay vida más allá del autonomismo, gobierne quien gobierne en España. Torra solo puede confiar en eso que los nacionalistas llaman ensanchar la base social, algo que no han conseguido en cuarenta años, pese a los esfuerzos constantes en ese sentido, pero como no puede reconocer que hay que esperar, por lo menos, hasta 2056 para volver a plantear lo de la independencia, pues se saca de la manga que entre el Parlament, los CDR, Òmnium, la ANC y algunas jaimitadas de Arran podemos ir construyendo la república poquito a poco y procurando que la cosa pase desapercibida en Madrid. Por talibán que sea --que lo es, él y todos sus ministrillos--, Torra ya sabe lo que pasa cuando te saltas el Estatut y la Constitución, por lo que solo puede permitirse una tabarra de baja intensidad y un victimismo internacional para que se mantenga el mal rollo (que es, a fin de cuentas, de lo que se trata).

Pese a los esfuerzos de Sanchis, la entrevista consistió en una serie de vaguedades, medias verdades y genuinas trolas a cargo de alguien que asegura que caminamos inexorablemente hacia la república, aunque no sepamos ni cómo ni cuándo. Aparte de chinchar al Gobierno central todo lo que se pueda y dividir aún más a la sociedad catalana, Torra no parece tener nada más en la cabeza. Bueno, sí, demandar a todo el que lo tilde de nazi, racista o supremacista. De momento, podría ir rompiendo su carné de presidente del club de fans del Capitá Collons.