Carles Puigdemont ha salido brevemente de su letargo flamenco para decir que le parece muy mal lo que ha hecho García Albiol con los desdichados que malvivían en un instituto abandonado de Badalona. Siempre al quite, Silvia Orriols le ha dicho que aloje a los desahuciados en su palacete de Waterloo (versión lazi de esa expresión básica del cuñadismo de derechas que reza: “Si tanto te gustan esos pelagatos, ¡métetelos en casa!”). Y, ya puestos, ha definido la actitud del Ilustre Fugitivo como propia de un teletubby.

Probablemente, la matamoros de Ripoll considera que García Albiol se ha quedado corto en su represión del okupa por no haberlos subido a todos a un barco y lanzarles un misil desde un dron que los dejara hechos fosfatina, que es lo que habría hecho ella de tener mando en plaza, en vez de cualquiera de esos maricomplejines que tanto abundan en Cataluña.

¿Le preocupan a Puchi los muertos de hambre desalojados por la fuerza pública en Badalona? Ni lo más mínimo, pero la ocasión la pintan calva y hay que aprovecharla para cargar contra el PP (Albiol) y el PSC (Illa), responsables ambos, según él, del sindiós del Maresme. Y para ampliar el foco de su descontento, nada mejor que cargar contra el país de al lado por no haber aceptado el traspaso de las competencias de inmigración a la Generalitat, lo que habría redundado no ya en una mejora de la situación, sino en la solución definitiva para los problemas que genera.

Silvia Orriols está en guerra con España, aparentemente, pero aún lo está más con lo que queda de Convergencia, a la que se ha propuesto barrer del mapa por antigua, amortizada y trufada de maricomplejines que con una independencia de ocho segundos de duración ya van que chutan. No es que la suya fuese a durar mucho más, pero su vehemencia patriótica y su ausencia de componendas seudo democráticas han conseguido atraer a un número considerable de convergentes que, ¡por fin!, pueden soltar toda su bilis racista sin pararse a pensar si lo que dicen es democrático o no.

Aunque la independencia del teletubby es tan inverosímil como la de la matamoros de Ripoll, ésta, como banderín de enganche de la segunda ola del soberanismo, se las está apañando muy bien para aparentar que lo suyo va en serio y va a misa. De hecho, las últimas ocurrencias del lazismo surgen a rebufo de Aliança Catalana.

¿Qué me dicen de Renaixença Demogràfica, esa iniciativa que promueve el matrimonio entre catalanes para que no se nos cuele sangre impura en el principat? Sostienen sus impulsores que los catalanes nos reproducimos poco y que eso no puede ser, ya que, si seguimos en ese plan, nos acabaremos extinguiendo. A mí me parece la idea más rancia y vieja que he oído últimamente, pero, ¿acaso no es todo rancio y viejo en el nacionalismo orriolista, que comparte con Vox, ese partido hermano, una visión de las cosas más propia de los años 30 que del momento presente?

Recuerdo la que se armó en Cadaqués, a principios de los años 50, cuando uno de sus hijos se casó con una chica de Port de la Selva (que es el pueblo de al lado). Los matrimonios entre locales y charnegos no llegaron hasta los años 60. Y las uniones con extranjeros no sé si han llegado a consumarse jamás. Esa es, precisamente, la Cataluña soñada por Silvia Orriols y, aunque no lo reconozcan, por el resto de nuestros nacionalistas. Jordi Pujol ya nos dijo que cada pareja catalana debía tener exactamente tres hijos (para predicar con el ejemplo, él tenía siete), y si le hubieran dejado, se habría colado en nuestros dormitorios para afearnos la escasez o la falta absoluta de descendencia.

Silvia Orriols se presenta como un soplo de aire fresco para el nacionalismo, pero su proyecto es tan viejo como el de Vox: los fantasmas de Heribert Barrera y de José Antonio Primo de Rivera planean sobre esos partidos, aunque se presenten como novedosos. Perdidos en su respectivo bucle melancólico, pugnan por un regreso al pasado (que acabó como el rosario de la aurora, por cierto).

Y hay gente que aún pica.