Ramón de España opina sobre Joan Laporta y el nacionalismo
De qué hablamos cuando hablamos catalán
"Los jueces le preguntan a Laporta por su presunta responsabilidad en las posibles trapisondas con el señor Negreira y él, en vez de dar explicaciones convincentes, se lanza a largar en catalán para que el lazismo lo alabe y lo defienda"
Ha sido muy apreciado en los digitales del Ancien Regime la decisión de Joan Laporta de expresarse en catalán durante su aparición ante el juez por el llamado caso Negreira, ya saben, lo de aquel árbitro en nómina del Barça a cambio de unos presuntos informes por el que se interesa la justicia por sospechas de corrupción.
Tener a un árbitro a sueldo es, realmente, algo muy extraño, pues se supone que los árbitros han de ser imparciales, cosa que se pone en peligro cuando los tienes a la sopa boba. Laporta ha utilizado la táctica Sánchez (no conoce a nadie, no se acuerda de nada) y la ha enriquecido con su apuesta por el catalán, idioma en el que, según él, se expresa mejor (aunque creo que siempre habló castellano con aquel cuñado de extrema derecha que tuvo hace años).
Joan Laporta es, básicamente, un liante. Tuvo una época divertida, cuando se tiraba por la cabeza botellas de champán o se bajaba los pantalones en los aeropuertos para protestar por las medidas de seguridad o aparecía en la cubierta de un yate fumándose un puro en compañía de señoritas en bikini. Pero luego se convirtió en un muermo al que nunca acababan de salirle las cuentas y siempre le echaba las culpas de sus desgracias al Real Madrid en general y a Florentino Pérez en particular.
Cuando el prusés se las dio de indepe, y hasta pasó brevemente por el Parlamento catalán dentro de un partido político que no tardó mucho en desvanecerse. Consciente de que abundaban los ceballuts en el Barça de sus amores, sobreactuó de catalanista y no le fueron las cosas nada mal, aunque hay dudas constantes sobre la eficacia de su gestión (recordemos cuando empezó a vender derechos del Barça a cascoporro, en una típica maniobra de pan para hoy y hambre para mañana, para hacer frente a una situación en la que estaba bastante tieso).
Ahora le preguntan los jueces por su presunta responsabilidad en las posibles trapisondas con el señor Negreira y él, en vez de dar explicaciones convincentes, se lanza a largar en catalán para que el lazismo lo alabe y lo defienda y diga que el perverso Estado español la ha tomado con él por independentista, aunque no sea eso lo que se debate (se le pidió que se pasara al castellano para facilitar las cosas, pero se le permitió expresarse en catalán). En ciertos sectores, Laporta ya ha triunfado y es un héroe de la lengua, instrumento que ha utilizado por motivos espurios en busca de que una parte de la sociedad catalana tome partido por él y no se pregunte por la legitimidad, o no, de su relación el árbitro a sueldo.
Que todavía haya gente en el lazismo que pique con estas añagazas nos da una idea del nivel mental de sus columnistas, a los que no interesa saber si hubo algo turbio entre presidente y árbitro, ya que lo importante, para ellos, es que Laporta ha hablado en catalán con los representantes del enemigo. Y si acaba pringando, habrá una legión de ignorantes voluntarios que dirán que el Estado español se ha vengado del pobre Laporta, ese héroe del pueblo catalán (ya están diciendo lo mismo sobre el juicio a los Pujol).
Los indepes siempre se han tomado demasiado en serio a sí mismos. Cuando el prusés, un conocido del sector tratable me preguntó en cierta ocasión: “¿Y qué dicen de nosotros en Madrid?”. A lo que yo repuse: “Nada”. Y era cierto: en mis últimas visitas a la capital del reino, a todo el mundo se la soplaban los delirios de Puchi y el beato Junqueras. A las doce del mediodía, como un solo hombre, estaban todos en la barra del bar matándose a cañas, pero nunca se colaba en las conversaciones el bendito prusés.
Ahora se les ha metido en la cabeza a algunos de nuestros indepes que a Laporta se le quiere juzgar por separatista, cuando lo único que pretende establecer la justicia es si hubo algo turbio en la relación (remunerada) de los señores Laporta y Negreira. En ese sentido, la defensa de la lengua a cargo del presidente del Barça no es más que una maniobra distractiva destinada a caer en gracia al sector más cerril del nacionalismo.