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Caída y auge de Gabriel Rufían

Caída y auge de Gabriel Rufían

Manicomio catalán

Caída y auge de Gabriel Rufián

"Ya hay quien lo considera el salvador de la izquierda española sin necesidad de haber dado muchas pruebas de su supuesta valía"

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Como el Reginald Perrin de la hilarante serie de la televisión británica de los años 70, Gabriel Rufián también ha vivido al revés. Como recordarán algunos lectores tirando a provectos, el bueno de Reginald se caía con todo el equipo al comienzo de la serie y luego, poco a poco, obedeciendo a una epifanía personal, remontaba hasta alcanzar algo muy parecido al estrellato.

Recordemos al Rufi de hace años, cuando todo el mundo, dentro y fuera de Cataluña, lo consideraba un gañán de extrarradio y un trepa que se había enganchado al separatismo para prosperar en la vida, convenientemente protegido y promocionado por quien lo definía como “un tuitero de la hostia”, Joan Tardà (que también vivió una evolución positiva, dejando, con el tiempo, de ejercer de diputado jabalí para reciclarse en lo único mínimamente parecido a una mente pensante que había en ERC).

Los primeros tiempos de Rufi en el parlamento español estuvieron marcados por una serie interminable de gansadas y salidas de pata de banco (un día aparecía con unas esposas, otro con una fotocopiadora…) que solía mover a la incomodidad o la hilaridad de sus señorías (sobre todo, cuando habló de lo poco que le quedaba en el Congreso, dado que la independencia de Cataluña era inminente). Pero un buen día se cansó de hacer el garrulo y empezó a adoptar poses de estadista, se fue olvidando de la liberación del terruño, se fue encontrando a gusto en Madrid, sustituyó a la parienta del pueblo por una chica del PNV y se acabó convirtiendo en lo que más odiaba hasta entonces: un parlamentario español.

Actualmente, nuestro Rufi cuenta con fans en toda España y cada vez son más quienes lo consideran el posible líder de una nueva izquierda. En ERC lo detestan, claro (menos Tardà, que se ha convertido en su jefe de campaña), pero a él se la sopla: líder de un partido inexistente, va marcando su territorio, pasa de la independencia como de la peste y aspira, aunque aún no lo haya dicho, a la presidencia del gobierno español (lo del separatismo parece verlo como simples pecadillos de juventud, aunque a veces lance un rebuzno nostálgico de cara a la galería).

Algunos seguimos pensando que es un profesional del medro, y nos sorprende un tanto que en España se lo estén tomando tan en serio, pero también es verdad que nuestra izquierda presuntamente nueva (también conocida como Izquierda Imbécil) nos ha ofrecido hasta la fecha una selección de energúmenos y deshechos de tienta tan lamentable (Yolanda Díaz, Pablo Iglesias, Irene Montero, Ione Belarra, Ada Colau…) que le han dejado el terreno libre para avanzar sin demasiados obstáculos.

Evidentemente, si la izquierda a la izquierda del PSOE no fuese tan cochambrosa, el pobre Rufi no tendría nada que hacer, pero tal como está el panorama del progresismo nacional, no es de extrañar que el de Santa Coloma empiece a experimentar un cierto auge en su carrera política. Y ambición no le falta: nada menos que unificar a todas las izquierdas nacionales para plantearle un pulso al PSOE de Pedro Sánchez, empeñado como parece estar en hacerse fosfatina a sí mismo.

Gabriel Rufián no tiene estudios, pero sí unas ganas tremendas de prosperar en la vida. Fuera de la política no tiene nada qué hacer porque nada de provecho sabe hacer, pero siendo de natural streetwise, que dirían los americanos, y con un poco de ayudita de su mentor, Jordi Tardà, se le ve dispuesto a batirse el cobre para que no lo desalojen jamás de la cosa pública, que es la que le ha salvado la vida y lo ha apartado de algún triste oficio alimenticio, como portero de discoteca en su Santa Coloma natal (o ni eso, ya que es de corta estatura).

Es tan bajo el nivel en la Carrera de San Jerónimo que, de la misma manera que su mentor destacó en su momento, Rufi puede ahora aspirar a un futuro con el que nunca pudo soñar. Ya hay quien lo considera el salvador de la izquierda española sin necesidad de haber dado muchas pruebas de su supuesta valía. ¿Así de mal estamos? Pues sí, pero aún podemos estar peor. Y Rufi, esperando su momento.