Todo parece indicar que las predicciones del CEO para las próximas elecciones autonómicas han sentado como un tiro en Junts. La amenaza de Aliança Catalana (AC) llevaba ya un tiempo anunciándose, pero reflejada en una encuesta como que hace más pupa.

La primera reacción, a cargo de un segundón del partido, fue negar la evidencia y declarar que, llegado el momento, ya pondrían en su sitio a la matamoros de Ripoll. Pero he aquí que, de repente, emerge de la papelera de la historia el inefable Artur Mas y dice que tal vez haya que dejarse de líneas rojas con el fascismo catalán (ya se sabe que, cualquier cosa, cuanto más catalana, menos fascista, según la peculiar lógica indepe). Es decir, que, aunque no lo diga con todas las letras, igual no queda más remedio que pactar con los de la señora Orriols para no acabar papando moscas tras las próximas elecciones.

Al Astut se le adelantó hace unos días el ínclito Tururull, que también atacó con eso de que las líneas rojas están sobrevaloradas. Uno y otro parecen haber llegado a la conclusión de que el célebre refrán español tiene más razón que un santo: "Si no puedes vencerlos, únete a ellos". Y, total, Junts y AC tampoco se diferencian tanto. De hecho, AC es una versión desacomplejada (en su racismo, en su supremacismo, en su asco hacia todo lo considerado extranjero) de la Convergència de toda la vida. Los convergentes, sí, disimulaban un poco, para poder pasar por plenamente democráticos. Términos como charnego, ñordo, moraco o panchito solo los utilizaban en privado. ¿Y a donde los ha conducido tanta componenda? A la antesala de la irrelevancia, que es donde están ahora, según el último CEO.

Si nos fijamos un poco, veremos que el Astut mantiene en general un perfil bajo, reservándose para las grandes ocasiones en que la patria peligra. O los restos del partido que creó su mentor, Jordi Pujol (Dios le conserve la vista). El hombre nunca ha hecho autocrítica, pues si la hiciera llegaría a la conclusión de que aquella máquina de ganar dinero y hacer amigos que fue Convergència se la cargó él con sus delirios independentistas, a los que se sumó, en un momento de ofuscación, el padrino Don Pujolone, que ahora paga su pulso al estado con un juicio a él y a toda su parentela (estoy seguro de que, en este país de cambalache que es España, si no se llega a poner procesista, nunca nos habríamos enterado de la deixa de l´avi Florenci, del lucro desmesurado de Junior y de todas las trapisondas de la familia).

Jordi Pujol es el responsable de la Cataluña que disfrutamos actualmente, pero no hay que minusvalorar la contribución de Artur Mas al desastre vivido durante los últimos 15 años. Como es normal en España, el Astut se ha salido de rositas, más allá de unos cuantos embargos, pero el prusés es responsabilidad suya, como lo es de la pérdida de tiempo y dinero que representó. Por eso, tal vez sería mejor que insistiera en el perfil bajo y se estuviera calladito. Pero no puede. Es un inútil y un inepto, sí, pero con una inexplicable autoestima que le lleva, cada equis tiempo, a pronunciarse sobre lo que considera importante.

Ahora, con la boca pequeña, anuncia una posible relación con Sílvia Orriols. Llega tarde para hacerle fosfatina, le han crecido los enanos, pero ante la posibilidad de que su hogar político se convierta en un chamizo, considera que tal vez hay que llevarse bien con la extrema derecha catalana. ¿Estará intentando volver a la dirección de la post-convergencia por petición popular? ¿O sólo quiere echar una mano para salvar los muebles? En cualquier caso, la última palabra la tiene ese señor que vive en Flandes con un pianista cleptómano y al que se le puede ocurrir cualquier cosa. Está por ver, eso sí, si la matamoros de Ripoll está por asociarse con maricomplejines catalanes de la derechita cobarde. Lo veremos tras las próximas elecciones autonómicas. Wait and see, que dicen los gringos.