Nuevo (aunque previsible) espectáculo de indignación y rasgado de vestiduras en el hábitat independentista ante la última sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, que niega el blindaje del catalán como lengua única de enseñanza, así como su condición vehicular en exclusiva para todo lo referente a alumnos y familias.

La sentencia coincide prácticamente con la celebración (que se prevé deslucida) de la Diada de este año, para la que, según Lluís Llach, presidente de la ANC y genuino Abuelo Cebolleta del lazismo (nombre completo: Siset Cebolleta), hay más motivos que nunca (y, por si le faltaba alguno, ahí va la decisión del TSJC, en forma de malintencionada felicitación).

Algunos creemos que lo único que ha hecho el TSJC (haciendo caso parcialmente a las tesis de la AEB, Asamblea por una Escuela Bilingüe) es controlar los delirios indepes centrados en la desaparición de la lengua castellana en la educación catalana (tiene narices que haya que imponer un 25% de castellano en un país en el que es el idioma oficial, pero hasta ese 25% saca de quicio a los partidarios del monolingüismo patriótico), pues ésa y no otra es la idea detrás de la famosa inmersión, que es lo que garantiza la cohesión social en Cataluña, según el lazismo (no se contempla la posibilidad de que, en una comunidad bilingüe, la enseñanza se reparta entre idiomas al cincuenta por ciento).

La reacción a la sentencia ha sido la de siempre, reforzada tal vez por la inmediatez de la Diada. Lluís Llach ha asegurado que se trata del más grave ataque a Cataluña desde la guerra civil. Otro patricio del separatismo, Pep Cruanyes, ha viajado aún más atrás en el tiempo para decir que la sentencia de marras es clavadita al decreto de Nueva Planta.

En el momento de escribir estas líneas, aún no se ha pronunciado al respecto Carles Puigdemont, pero es verosímil esperar una respuesta igualmente campanuda. Para todo este personal, mantener la presencia en la enseñanza catalana de la lengua española es un ataque a lo más sagrado de la catalanidad, olvidando que, pese a sus esfuerzos, Cataluña sigue siendo una comunidad española más o menos autónoma.

En cualquier caso, Lluís Llach ya tiene un motivo más para acudir a la manifestación, por lo que debería mostrar su agradecimiento al TSJC en vez de refunfuñar como suele. Gracias al alto tribunal, podrá hacerse el humillado y ofendido y poner a su ANC (que acude a la manifa sin el sector crítico, que ha previsto hacer la guerra por su cuenta, para que se vea que el nacionalismo está más unido que nunca) a montar protestas y presentar recursos contra la famosa sentencia. Que es lo mismo que piensan hacer todos los partidos lazis y semilazis y las asociaciones que representan teóricamente a la sociedad civil.

Hasta Salvador Illa ha anunciado que presentará un recurso a la infame sentencia. Algunos hubiésemos preferido que se limitara a acatarla y no sobreactuar de catalanista, pero así es el PSC, motivo por el que surgió en su momento Ciutadans, aquel partido que se fue al carajo cuando su mandamás decidió hacerle la competencia a la derechona en vez de pensar en todo el territorio a cubrir por una socialdemocracia antinacionalista que tenía por delante.

Supongo que enfrentarse a los tribunales es la manera que ha encontrado Illa de contribuir a la normalidad en Cataluña, normalidad que, como todos sabemos, pasa por el regreso sin riesgo alguno de Puchi, por el que siente un gran respeto, y de la vuelta del beato Junqueras a la escena política tras su justa e imprescindible rehabilitación.

Una normalidad que debería ser galardonada con el inexistente (de momento) Premio Ned Flanders, en honor al bondadoso y meapilas vecinito de los Simpson.