La primera secuencia de la película de Martin Scorsese El lobo de Wall Street nos deja muy claro cómo es el personal de derribo al que nos vamos a enfrentar a lo largo de la trama: en un jolgorio de brókeres de Manhattan, todos se divierten mucho arrojando enanos a una especie de diana para dardos clavada en la pared (gana el que acierta con su enano lo más cerca posible del centro, como en los dardos de cualquier pub).
Los brókeres en cuestión beben, se drogan, tienen gustos caros y son muy buenos ganando dinero. Son como los masters of the universe de la novela de Tom Wolfe La hoguera de las vanidades y consideran que, atendiendo a su estatus, todo les está permitido.
Los futbolistas son los nuevos masters of the universe, con la diferencia de que, mientras los ejecutivos agresivos son relativamente anónimos, a estos los conoce todo el mundo. Por eso --véase el caso de Lamine Yamal, el crack del Barça--, si contratan a enanos para su fiesta de cumpleaños, la noticia corre como la pólvora y los deja en no muy buen lugar, desde un punto de vista ético y moral.
Dejando aparte que se trata de una diversión de baja estofa --nada que ver con los señores extremadamente bajitos de las corridas de toros o con el enano bien dotado del célebre número del botijo del Bagdad, que no les explicaré para mantener una cierta corrección--, similar a reírse del tonto del pueblo o del mariquita del barrio, diversiones cutres y rancias a más no poder, incurre en la agravante de recurrir a una gente que no lo tiene nada bien para ganarse la vida de una manera, digamos, normal.
Está muy bien que la asociación que defiende los derechos de las personas aquejadas de enanismo se escandalice por la idea de la diversión que tiene Lamine Yamal, pero estaría bien que la sociedad en pleno se tomara la molestia de ofrecer a los enanos más oportunidades laborales de las que expende.
Dada la situación, no es de extrañar que, cuando se prohibió el lanzamiento de enanos en España, algunos de ellos protestaran porque se les negaba una manera de ganarse la vida, todo lo humillante que ustedes quieran, pero más cornadas da el hambre. Devolverles la dignidad a los enanos no sirve de nada si no va acompañado de perspectivas laborales dignas.
Como los brókeres de Scorsese, Lamine Yamal consideró que para celebrar su cumpleaños número 18, unos enanos le vendrían la mar de bien. No sé lo que hicieron con ellos ni si hubo lanzamientos a una diana clavada en el tronco de un árbol. Pero la idea de bombero lo es también de nuevo rico cegado por el brillo del dinero que le proporcionan sus pinreles.
Y en la misma dirección van los prestigiosos invitados a la celebración. Aparte de sus compañeros de trabajo, hubo cantantes de reguetón, influencers y un colectivo denominado chicas de imagen, que no sé se eran para mirar sin tocar (de ahí el alias) o si se podía ejercer con ellas el derecho de pernada.
En resumen, una juerga de las de toda la vida, una especie de despedida de soltero en Benidorm, un pifostio del carajo de la vela. Y todo en homenaje a alguien que se supone que es un ejemplo para los niños y un motivo de orgullo para su paisito, Cataluña.
Hace tiempo que la vulgaridad es la principal seña de identidad de los futbolistas. Y no es de extrañar si tenemos en cuenta que la mayoría de ellos son unos gañanes semianalfabetos que se habrían muerto de asco de no ser por el fútbol y la absurda pasión que despierta en un elevadísimo tanto por ciento de mis congéneres.
Por eso, cuando celebran algo, lo hacen de la manera más grosera y vulgar que encuentran: alcohol, (puede que) drogas, zafios entretenimientos con enanos y diversión garantizada con chicas de imagen, ese nuevo e ingenioso eufemismo (reclutadas en Madrid y trasladadas a la Cataluña profunda en avión privado).
La mayoría de edad de Lamine Yamal ha significado su entrada por la puerta grande en la gran cofradía universal de los palurdos adinerados. No es del todo descartable que lo de los enanos le traiga consecuencias, pero supongo que con una generosa aportación a la asociación que ahora le busca las cosquillas, la crisis podrá ser reconducida: privilegios de ser un master of the universe.
Si es que no le acaban creciendo los enanos. O las chicas de imagen.