Entre las muchas obsesiones de nuestros queridos independentistas, figura en lugar destacado la de, como ellos dicen, vivir plenamente en catalán. Es decir, no apearse jamás de la (presunta) lengua propia, aunque tengan delante a un chino recién llegado de las provincias cantonesas. Les da igual que el castellano supere al catalán en número de hablantes en SU Cataluña del

alma. Ellos quieren vivir plenamente en catalán, y si no pueden, se quejan, como si vivieran en un país independiente y no en una comunidad autónoma española.

Los demás nos pasamos el día cambiando de idioma y sin darle la menor importancia. A mí, si se me dirigen en catalán, contesto en ese idioma. Y si me hablan en castellano, les hablo en castellano. Aunque ésta sea mi lengua materna, no me obceco con la idea peregrina de vivir plenamente en castellano en una región que tiene dos lenguas, ambas igual de propias. Pero a los lazis, si no les hablan en catalán, se pillan un rebote del quince, se quejan, protestan, invocan la catalanofobia (otro invento de los indepes) y, si hace falta, recurren a los juzgados.

Por lo que deduzco de los digitales del ancien régime (que sobrevive gracias a la comprensión y la falta de decisión de Salvador Illa), ahora, los que quieren vivir plenamente en catalán la han tomado con el estamento médico. Por eso se publican a diario interesantísimas noticias sobre ancianitas que han ido a la clínica y se han topado con algún sudamericano catalanófobo que las ha humillado y ofendido, como a personajes de Dostoievski, al pretender que la conversación se mantuviera en español (más que nada, para entender a la abuelita y tratar de poner a sus males remedio). Para los columnistas indepes, la yaya en cuestión es una heroína nacional y a su presunto maltratador (sí, se

expresan en esos términos) hay que echarlo del trabajo y, si es posible, deportarlo a su país en un barco que se hunda a medio trayecto.

Se lamentan esos patriotas de la pluma de que la Generalitat no hace nada al respecto, pasando mucho de la abuelita catalana. Y uno se dice, “Pues claro que pasan. Si a la yaya no le da la gana hablar castellano, que la zurzan. O que vaya a un veterinario (de pueblo). ¿Tanto le cuesta cambiar de idioma, especialmente si se trata de un problema de salud?”

Menos mal que les queda la Plataforma per la Llengua del ínclito Escuder. Según los columnistas más contumaces en su monolingüismo, ahí es donde debe acudir la pobre ancianita de turno, dado que el govern de tothom no hace honor a su eslógan. Su argumento favorito es que, si quieres que te

atiendan en otro país, más te vale conocer su idioma. Es cierto. Pero es que lo que no es cierto es que Cataluña sea un país. Por mucho que les disguste, Cataluña aún forma parte de España, y para moverse por ella es (o debería ser) suficiente conocer la lengua común, que es la que hablan esos facultativos supuestamente poseídos por la catalanofobia que maltratan y humillan a las yayas del paisito.

Como parten de una premisa falsa (que Cataluña es un país, como Francia o Alemania), todo el discurso subsiguiente resulta tan desenfocado como inútil. Deberían dedicar parte de la jornada a escribir mil veces “Cataluña está en España”. Hasta que les entrara en la cabeza.

Ya sé que les molesta que se les diga lo de que en español nos entendemos todos. Pero es verdad. Y los problemas de la abuelita que quiere vivir plenamente en catalán solo le interesan a Joel Joan. A ver, chavales, para que lo entendáis: la imposición del catalán como lengua única solo puede lograrse con la independencia (y a veces, ni así; fijémonos en Andorra), objetivo que no controláis en absoluto (sobre todo, porque más de la mitad del paisito está en contra). Y hasta que no llegue la liberación del terruño, en fecha no determinada del siglo XXII o XXIII, la lengua española, común a pesar vuestro, bastará para interactuar en esta región española.

Comprendo que no os agrade la perspectiva, pero, como cantaba Sandro Giacobbe, lo siento mucho, la vida es así, no la he inventado yo.