Lo normal es que el auge y la caída de alguien se produzcan por orden. Es decir, que primero venga el auge y luego la caída (menos en la mítica serie de la televisión británica Caída y auge de Reginald Perrin, pero, vamos, sin movernos de Inglaterra, lo habitual es el caso de Ziggy Stardust y las Arañas de Marte, que primero gozaran de auge y luego sufrieron la caída). En Cataluña, a veces el auge y la caída pueden producirse al mismo tiempo. Es lo que le ha ocurrido el beato Junqueras, que ha ganado las elecciones internas de ERC por el control del partido pero, simultáneamente, lo tiene lleno de gente que lo detesta y a los que se ha impuesto por la mínima (sobre todo al rovirista Xavier Godàs, a Alfred Bosch lo ha desintegrado con más facilidad).

O sea, que, en apariencia, el beato y su fiel Elisenda Alamany pueden hacer lo que quieran con el futuro inmediato de ERC, pero en la práctica, el partido está trufado de gente que no los puede ver ni en pintura, que los acusa de estar medio vendidos a los socialistas y de haberse olvidado de la independencia de Cataluña, si es que alguna vez creyeron en ella.

Yo tengo la impresión de que el beato vivió una breve etapa de fe en la independencia. Lo demostró gimoteándole de mala manera a Puchi cuando éste no sabía si declarar la libertad del terruño o convocar elecciones. Ante la actitud de cagadubtes de Puigdemont, Junqueras y Rovira se emplearon a fondo en la llorera persistente y en hacerle sentir el síndrome del botifler. Como todos recordamos, Puchi acabó declarando una independencia de siete segundos de duración (Rufián había añadido cizaña acusándole de venderse por 155 monedas de plata, es el rey de las metáforas), se descubrió que no había nada preparado para hacer frente a la situación levantisca, parece que el beato se refugió en Montserrat (como el meapilas que siempre ha sido) y Marta Rovira se acabó dando el piro a Suiza, donde sigue instalada porque le da no sé qué sacar a la niña del colegio.

Ni Junqueras ni Rovira han sido unos grandes líderes de la resistencia antiespañola. Junqueras, por lo menos, se chupó cuatro años de trullo, mientras que la otra se instalaba en Suiza para no tener que dar explicaciones a la justicia española. Cuando volvió, dijo que lo hacía para acabar su misión (¿qué misión?), pero se limitó a echar pestes del beato y a volver a Suiza, donde parece que hay curro para ella y su marido y un cole estupendo para su hija. Mientras estuvo en Cataluña, acusó a Junqueras de toda clase de infamias, incluida la campaña del Alzhéimer contra los hermanos Maragall, mientras el beato lo negaba todo recurriendo siempre a la misma excusa: que él estaba en el trullo mientras en ERC sucedían extrañas guarradas destinadas a amargarle la vida, como si no fuese del dominio público que el junquerismo es amor.

Hoy día, la mitad de ERC no se cree que el junquerismo sea amor. Es más, está corriendo la voz de que la supuesta bondad del beato es más falsa que el beso de Judas y que sólo piensa en controlar el partido a cualquier precio, cosa que propicia su entendimiento con Pedro Sánchez, que es lo único que tiene en la cabeza.

Yo creo que el beato, como Pujol, ha dejado de creer en la independencia de Cataluña y aspira a hacer un buen papel en el mundo del autonomismo español. Y no me extrañaría que Puigdemont esté en las mismas. Lo mejor que podrían hacer dos tipos que llevan años y años cortando el bacalao del procesismo sin conseguir nada sería seguir el ejemplo de la señora Rovira (o el señor Cuixart) y dimitir de una misión en la que no han destacado especialmente.

ERC y Junts han perdido votos a mansalva y se las van a ver y desear para pintar algo en la política española. De momento, disfrutan de los privilegios que les ha concedido Sánchez por la cuenta que le trae, pero no sabemos lo que puede durar el actual gobierno del PSOE.

Puchi se tiró cuatro meses callado desde su ridícula visita a Barcelona para descolgarse luego con una imposible cuestión de censura para el presidente del Gobierno. El beato sigue sin decir si votó a favor o en contra de hacer presidente de la Chene a Illa, y ahora emprende una huida hacia adelante para la que necesita al PSOE (o sea, que no hay que cargar las tintas con las exigencias, y mucho menos con la independencia).

No es que con líderes nuevos la cosa fuese a mejorar a lo grande para Junts y ERC, pero mantener en su sitio a los dos inútiles que protagonizaron la astracanada de octubre del 17 es una burla para los catalanes en general y para los lazis en particular.