En la CUP siempre se encuentra lo mejor de cada casa, y lo mismo puede decirse de su Frente de Juventudes, conocido como Arran, que es donde se foguean los que, al cabo de un tiempo, están llamados a cortar el bacalao del partido más independentista de tots els que es fan i desfan.
La distinción entre un sector adulto (CUP) y uno juvenil (Arran) es más teórica que otra cosa, dado que ambos dedican lo mejor de su tiempo a hacer el ganso, cada uno a su manera, ni mejor ni peor.
Los de Arran practican básicamente el gamberrismo patriótico, como ha podido comprobar recientemente el futbolista Gerard Piqué, al que le han vandalizado su casa en la Cerdanya y lo han urgido a irse a hacer el pijo a otra parte.
Los de la CUP, por su parte, disfrazan el gamberrismo patriótico de propuestas supuestamente políticas con las que suelen disfrazar su racismo habitual de defensa de los derechos de la Cataluña catalana.
En ese tipo de actuaciones cabe destacar la reciente ocurrencia represora de un tal Dani Cornellà, joven promesa de la CUP con pinta de haber salido de Arran no hace mucho, quien ha sugerido en la Comisión de Política Lingüística del Parlamentillo que se aplique la mano dura a esos médicos y enfermeras/os que insisten en comunicarse en castellano con sus pacientes.
El señor Cornellà propone sanciones y despidos para todo aquel empleado de hospital que se dirija a sus pacientes en español, dado que, según él, utilizar ese idioma puede tener consecuencias funestas para el paciente catalanoparlante, que puede llegar hasta a diñarla si no se le habla en su lengua materna.
O algo parecido afirma un estudio canadiense que él asegura haber leído y que sostiene que utilizar con un enfermo cualquier idioma que no sea el suyo propio de sí mismo puede dificultar la curación o precipitar, incluso, un final traumático (o sea, mortal) para el ciudadano sometido a una conversación en un idioma que no es el que siente en el alma.
Las tesis del señor Cornellà dan un paso de gigante en la demonización del facultativo hispanoparlante. Hasta ahora, el lazismo daba por hecho que médicos y enfermeros que no hablaban catalán eran una pandilla de supremacistas que disfrutaban amargando la existencia lingüística de sus pacientes, pero, gracias al ínclito Cornellà, hemos descubierto que la cosa no se quedaba en la humillación supremacista, sino que aspiraba a enviar al otro barrio al enfermo de turno, quien se iba al hoyo sin enterarse de nada, dada la manía de su supuesto salvador de dirigirse a él en un idioma incomprensible.
Vamos a ver: no negaré que, si estás chungo y el médico de turno te habla en chino cantonés, se te puede complicar un poco la terapia curativa. Pero si le hablas en castellano a un catalán que lo entiende perfectamente, yo diría que el peligro de muerte derivado de una supuesta incomprensión se reduce considerablemente.
Me consta que un político es alguien que para cada solución se inventa un problema, pero, como reciente usuario de la sanidad pública catalana (les ahorraré mis males), les puedo asegurar que he asistido a todo tipo de conversaciones, en castellano y en catalán, entre médicos y pacientes en las que no he detectado el menor riesgo para el enfermito de turno.
Yo mismo, cuando algún galeno se dirigía a mí, le he respondido en el mismo idioma en el que me hablaba, castellano o catalán. Sí, he visto a médicos pasarse del catalán al castellano cuando el paciente le hablaba en ese idioma, pero no me ha parecido que el médico se sintiera como un recolector de algodón de una plantación de Alabama ni que el hospitalizado se comportara como un señor feudal que disfrutara humillando a un esclavo.
Evidentemente, no he visto a ningún catalanoparlante en peligro de muerte por tener que hablar en castellano con el médico sudamericano o la enfermera andaluza. Todos sabemos (menos el señor Cornellà, probablemente) que en Cataluña hay déficit de médicos y tenemos que importarlos antes de que les dé tiempo a sacarse el nivel C de catalán.
Si las sugerencias del inefable señor Cornellà prosperaran, se nos moriría mucha más gente que en la actualidad, y no por incomprensión idiomática, sino por una preocupante falta de facultativos. No sé, tal vez habría que crear un archivo de fundamentalistas del catalán que prefirieran no ser atendidos de sus dolencias a serlo en el idioma del invasor.
Una lista, en suma, parecida a la de esos testigos de Jehová que rechazan las transfusiones de sangre. Estamos en una situación médica que, si no es de emergencia, se le parece mucho. Así pues, el sacrificio suicida (patriótico o religioso) de estos fundamentalistas podría redundar en beneficio de todos aquellos ansiosos de ser salvados de la manera que sea y en el idioma que haya disponible.
Dios me libre de desearle ningún mal al señor Cornellà, pero espero que, si le pintan bastos, muestre coherencia en el hospital y, si le hablan en castellano, ceda su lugar a alguien que no lo considere una humillación ni una causa de sanción o despido.