Igual me estoy apresurando al escribir esta columna sobre las distintas sectas de ERC que optan a imponer su criterio (sea el que sea, pues a mí aún no me ha quedado clara la cosa, aunque todas aseguran que su independentismo es el más fetén). Mientras redacto estas líneas, ya hay cuatro subdivisiones de ese partido en proceso de autodestrucción: Militància decidim (comandada por el beato Junqueras, el hombre que se hizo a un lado cuando tocaba apoyar al PSOE para demostrar que no estaba ni en contra ni a favor, sino todo lo contrario, y que aspira a renovar su piadoso liderazgo en el congreso de noviembre, que intentó adelantar a septiembre, pero no coló), Nova Esquerra Nacional (también conocida como NEN, como si fuese un invento del inolvidable neng de Castefa; para entendernos, los de Marta Rovira, célebre turista en Suiza mientras el beato purgaba sus pecados en el trullo, del que, ¡oh, milagro!, consiguió salir más gordo y lustroso de lo que había entrado, no como el pobre Rull, al que le sentaba mal el rancho del talego y se dedicaba a freír a cuescos al galeote patriótico con el que compartía celda, el inefable Tururull), Foc Nou (al frente de la cual está el escritor Alfred Bosch, que cayó temporalmente en desgracia hace unos años por hacer la vista gorda con las trapisondas sexuales de un subordinado) y 1 d´octubre (dirigida por dos perfectos desconocidos).

Es posible que en estos mismos momentos esté surgiendo una nueva escisión de ERC, y que cuando aparezca el texto ya haya seis o siete maneras distintas de afrontar el precario futuro de ERC. Y es que no hay nada como la unidad para alcanzar el objetivo común.

El caso de ERC es el ejemplo más espectacular del desconcierto del independentismo, pero no el único. En Junts ya empieza a liarse la troca entre los fans de Puigdemont y los que creen, como buenos convergentes, que hay que dejar de pedir lo imposible y pillar lo que se pueda de esas medidas de Pedro Sánchez encaminadas a reconstruir la amistad entre españoles (y a plantar cara al farcihmo, de propina). Las chicas de la CUP llevan meses metidas en una entelequia denominada Procés de Garbí, del que los profanos no sabemos nada (y me temo que las interesadas tampoco). Paralelamente, todos los indepes claman por una unidad ante el enemigo común que ellos mismos son los primeros en boicotear con sus luchas intestinas y sus descalificaciones mutuas, para alegría y solaz de españolistas, constitucionalistas y demás gentuza anticatalana.

En cualquier caso, lo de ERC resulta especialmente sangrante. El partido, por decirlo de manera suave, no pasa por sus mejores momentos. Y en vez de que sus militantes vayan todos a una (aunque no se sepa muy bien hacia dónde), se dedican a tirarse los trastos por la cabeza para ver quién consigue imponer sus confusos criterios. Vista desde fuera la situación, no parece que una radicalización indepe del partido pueda contribuir a un nuevo esplendor, ya que en esa actitud se le ha adelantado la competencia o, por lo menos, ese sector de la competencia que sigue confiando en el liderazgo del fugitivo de Waterloo. Con lo que la estrategia del beato no suena en absoluto descabellada. El hombre es consciente de que el prusés acabó como el rosario de la aurora y, aunque moriría antes de reconocerlo, toca intentar pillar lo que se pueda del PSOE, confiando en que las próximas elecciones no las gane el PP y los enfile con intenciones aviesas (si se revoca la amnistía, unos cuantos pueden volver al trullo, ¡y no a todos les sientan tan bien como a Junqueras los comistrajos del penal! Que se lo digan al actual presidente del Parlamento catalán).

A un nivel puramente personal, opto por la pervivencia del beato al frente de ERC, pues pocos personajes me han dado tanto de sí a lo largo de los últimos años. Marta Rovira es un muermo y una espabilada que se dio el piro mientras Junqueras se cebaba en Soto del Real (por no hablar de su recién descubierto aprovechamiento de los célebres carteles del alzheimer, que, si no los encargó, parece que vio la oportunidad de rentabilizarlos). Alfred Bosch está especializado en una retórica triunfalista y radical que, a la hora de la verdad, no conduce a ninguna parte. Y los octubristas… pues la verdad es que no sé ni quienes son. Ante semejante competencia, mi meapilas favorito me sigue pareciendo la mejor opción para salvar los muebles del partido y pillar todos los sueldos posibles para sus principales paniaguados.

Y en cuanto a los votantes que le quedan a ERC, si yo fuese uno de ellos (¡Dios me libre!) estaría que trinaba ante esta pelea de gallos que se pasa la unidad independentista por el arco de triunfo, aunque no exista más que en la imaginación calenturienta de algunos fantasiosos. Por no hablar de que no me parece bien hacerle un feo al beato en plena celebración del milenario del monasterio de Montserrat, esa montaña que, según el gran Mikimoto, irradia catalanidad. Y meapilismo patriótico, añado.