Hay que reconocerle a Pedro Sánchez que aplica su criterio personal (el sillón a cualquier precio) a los más queridos de sus secuaces. No me refiero, evidentemente, a García Page o a Lambán, sus particulares criadas respondonas y previsibles responsables del pelotón de fusilamiento cuando el actual presidente se caiga con todo el equipo (algo que acabará pasando y que no hace falta ser Nostradamus para intuirlo).

Me refiero, claro está, a su fiel Salvador Illa, por mal nombre El Enterrador, quien, de momento, está enterrando sus promesas de hace unos meses para que ERC apoye su candidatura a la presidencia de la Generalitat, todo ello bendecido por su señorito, que lo quiere ver de presidente a cualquier precio (lo mismo que desea para él y que ya lo ha conducido a indultos y amnistías de dudosa legalidad constitucional).

En su comparecencia de ayer (tras haberse negado a declarar ante el juez Peinado, desplazado a la Moncloa, y, no contento con eso, haber tenido el cuajo de ponerle una querella), Sánchez elogió el talante negociador de ERC y afirmó sin rubor alguno que el chantaje al Estado de los de Marta Rovira constituye un acuerdo fenomenal para Cataluña y España entera.

Illa no ha dicho nada, con la excusa de que está esperando a ver en qué sentido se manifiestan esos cerca de 8.000 militantes de ERC que este viernes decidirán si él llega a presidente o si vamos a nuevas elecciones (que arrojarán un resultado muy parecido a las anteriores). Tal vez porque ha estado muy ocupado tragándose todos los sapos que ERC ha tenido a bien introducirle por el gaznate: proyectos confederales, ruptura de la caja común española, reforzamiento de la inmersión (¿qué fue de tu enseñanza trilingüe, querido Salvador?), creación de una consejería para la defensa del idioma bueno frente al malo, compromiso por escrito de que todo lo acordado se va a cumplir, incluso en el caso, nada inverosímil, de que el PP gane las próximas elecciones generales…

Por pedir, que no quede. Y el obediente Illa, consciente de que donde hay patrón no manda marinero, delega los comentarios en su querido líder, quien solo parece pensar en controlar la Generalitat y en que, una vez haya puesto al Enterrador en el sillón, ya se verá qué es lo que se cumple de todo lo pactado. Ya lo dice el refrán: Qui dia passa any empeny. De momento, se les promete cualquier cosa a los lazis y luego, si hay que calmar a los Pages, los Lambanes y la mayoría de la población española, pues ya se encontrará alguna manera de darles discretamente por saco: Welcome to the Sánchez way of life!

Para completar el vía crucis del obediente señor Illa, los Comunes han dado la chapa anti-Hard Rock y parece que se han salido con la suya (ya no se sabe si hablábamos de un casino y centro de ocio o de un templo satánico). Y los de ERC, para no dejarse ningún detalle, han salido en defensa de los patitos de La Ricarda, jorobando los planes previstos para la ampliación del aeropuerto de El Prat. Espero que los sapos alimenten, pues el pobre Illa lleva unos cuantos días sometido a tan estricta dieta sin proferir ni una sola queja: el aparatchik disciplinado que anida bajo su traje de líder improvisado se mantiene en silencio porque para hablar ya está el jefe. Y si el jefe dice que todo va de perlas, ¿quién es él para llevarle la contraria?

Una vez más, el PSC se olvida voluntariamente de sus posibles votantes rebotados con la amnistía y las delirantes pretensiones de ERC (que a Sánchez se le antojan una admirable muestra de sensatez), pues a esos sólo se nos hace un poco la pelota cuando se necesitan nuestros votos. A falta de ver qué deciden los militantes de ERC, todo parece indicar que nos espera una Generalitat presuntamente socialista vigilada de cerca por un sector de los de siempre, quienes, por el mismo precio, cada vez ven más cercana la destrucción de su némesis particular, Carles Puigdemont: cuando lo detengan (si es que aparece), se rasgarán las vestiduras en público y descorcharán el cava en privado. Y, desde una supuesta oposición, se dedicarán a presionar a Illa con la clara intención lampedusiana de que todo cambie para que nada lo haga realmente.

Puede que el prusés haya terminado, pero el posprusés se nos va a hacer más largo que un día sin pan, aunque puede que con mucha ratafía. Y no descarto que esa sea la condición natural de Cataluña, donde la sarna, con gusto, no sólo no pica, sino que se contagia a quienes deberían combatirla.