Antes que nada, debo informar al querido lector de que Jaume Collboni, actual alcalde de Barcelona, me cae bien. Me parece un tipo afable, de carácter práctico, nada dado a las declaraciones incendiarias y con más alma de gestor que de iluminado (categoría ésta que definía a la perfección a su antecesora, la inefable Ada Colau, actualmente a la espera de destino y calentando una silla en el ayuntamiento de la Ciudad Condal: “Jesusito, Jesusito, que se repita el gobierno PSOE – Sumar, que Yolanda Díaz pinte mucho en él y que a mí me caiga un ministerio”, pensamiento apócrifo). No contento con eso, tiene la habilidad de sacar de quicio a los lazis con su actitud educadamente protocolaria en todo lo relativo a las instituciones del estado: cuando prometió el cargo, incluyó su compromiso con la constitución española y su respeto a la figura del rey Felipe VI, al que hace unos días recibió en el Palacete Albéniz, poniendo punto final a la maleducada costumbre de Trias y Colau de darle esquinazo al monarca cada vez que se acercaba por Barcelona y que ha durado la friolera de diecisiete años, aunque trufados, eso sí, de situaciones ridículas, pues los plantones siempre eran a medias y solían consistir en eludir el recibimiento --Trias por lazi y Colau por republicana--, pero apuntarse luego al papeo y compartir mesa con el sujeto al que acababan de dejar plantado y que los miraba con cara de que le habían salido dos hijos tontos a los que no tenía más remedio que aguantar.

Las referencias a la constitución y a la monarquía ya molestaron al procesismo, que ha vuelto a la carga con la reunión de más de una hora en el Palacete Albéniz. Como era de prever, los lazis han acusado a Collboni de poco catalán (el síndrome de Estocolmo creado por Pujol ya no funciona tan bien como antes, pero siempre se puede recurrir a él en caso de necesidad), de servilismo ante la figura del rey y de despreciar a esa Barcelona independentista y republicana que, según ellos, es la auténtica y la mayoritaria, pero todo parece indicar que las quejas le entraron al señor alcalde por una oreja y le salieron por la otra, lo cual me parece estupendo: ya era hora de recuperar la buena educación que todo anfitrión político debe mostrar con las visitas, sobre todo si son de un rango superior. Y aún diré más: la actitud de Trias y Colau en este asunto siempre me pareció ridícula. Si se te llena la boca con la independencia y la república, pero no has alcanzado ninguna de las dos cosas (ni te estás matando en conseguirlas), lo que te corresponde, como alcalde, es pensar, como el personaje de la novela de Mendoza, que “San Joderse cayó en lunes” y cumplir con tus obligaciones institucionales, que incluyen recibir a la más alta autoridad del estado y ahorrarle tus groserías indepes o republicanas: no vale el esquinazo inicial de cara a la galería para luego empapuzarte con el molesto visitante porque no hay que estirar demasiado de la cuerda. O caixa o faixa, sin medias tintas.

Recibiendo al rey, dándole conversación y, ¡horror!, sonriéndole abiertamente (todo el mundo sabe que las sonrisas progresistas deben reservarse para los enemigos del estado cuyo apoyo necesitas para conservar el sillón, ¿verdad, Yoli?), lo único que ha hecho Collboni es cumplir con su deber como alcalde. Y no es el único: hay que desmantelar el mesianismo analfabeto de los comunes (tragarse el marrón de la pacificada calle Consell de Cent y dar largas o enterrar el maravilloso mundo de las superilles), hay que dejar de tratar a los empresarios como a apestados (por mucho que algunos sean para echarles de comer aparte), hay que mejorar el orden público y el control de la delincuencia, hay que dejar de beatificar a los okupas y de regar con dinero público a las asociaciones supuestamente bienintencionadas que financiaban los comunes y, a ser posible, hay que impedir que Ada Colau vuelva a tener mando en plaza y a influir en la gobernanza de la ciudad (intuyo que con esa intuición estaba Collboni hablando con el doctor Trias, hasta que éste optó por enviarlo todo al carajo acusando al PSOE de haber organizado el golpe de estado de febrero del 81).

Con el paso del tiempo, los que ya tenemos una edad (o dos) hemos llegado a echar de menos los ayuntamientos socialistas de nuestra querida ciudad (aunque en su momento tuviéramos cierta tendencia a ponerlos de vuelta y media: ¡cosas de nuestra loca juventud alternativa y after punk!). Personalmente, me alegro de que Barcelona no esté en manos de yayos lazis como el doctor Trias y el Tete Maragall, ninguno de los cuales, a diferencia de Collboni, tuvo el detalle de acercarse a la presentación de mi libro Barcelona fantasma. La presencia del actual alcalde en mi acto de autobombo contribuyó poderosamente a mi decisión de votarlo. Ya sé que es una lamentable muestra de megalomanía y que no resiste el menor análisis político, pero cuanto menos confías en los hombres públicos, más te agarras a futesas para votar por uno o por otro. Se trataba, no lo olvidemos, de librarme como del tifus de los iaiolazis, y, puestos a hacerlo, ¿qué mejor que inclinarse por alguien que me caía bien y, además, había tenido el detalle de pasarse a saludarme?

Confío en que la derrota de Eines de País en las elecciones a la Cámara de Comercio de Barcelona le facilite las cosas a Collboni a la hora de alejar a su ciudad del delirio patriótico-empresarial en la que intentó sumirla el ínclito Joan Canadell, que se ha quedado hasta sin silla en el nuevo organigrama de la organización. Siendo un empresario desastroso y careciendo de abrevadero político, me pregunto qué va a ser de él, aunque siempre puede seguir el ejemplo del protagonista de la novela de Emmanuel Carrere El adversario y hacer como que va a trabajar cada día mientras deambula en coche por la ciudad llevando de copiloto una careta de cartón con la jeta de Cocomocho, como hacía en sus años de gloria.