Ni en los momentos más álgidos del prusés hubo un millón de personas en las calles de Barcelona durante la celebración de la Diada (o dos, como llegó a afirmar algún lazi de pro negado para el cálculo aproximativo, a no ser que en una baldosa del paseo de Gràcia cupieran veinte patriotas apelotonados o improvisando un castell, ¡esa estructura de Estado!), así que afirmar, como ha hecho la ANC (Asamblea Nacional Catalana), que SU manifestación del pasado lunes contó con la participación de 800.000 independentistas carece de la más mínima verosimilitud (la Guardia Urbana rebajó esta exageración a una cifra más verosímil: 115.000 personas, aunque se olvidó de precisar que la mayoría de ellas venía de la Cataluña profunda en autobús y puede que con la promesa de un suculento bocadillo de fuet al llegar a la capital). Es evidente que el poder de convocatoria de la ANC ya no es el que era, aunque su ambiciosa mandamás, Dolors Feliu (Roda de Ter, 1964), hace tiempo que se ha venido arriba y parece aspirar a ser la primera presidenta de la república catalana que no existe, idiota. Hay un buen número de lazis que están quemados (y no es del sol) y a los que cada día les cuesta más apuntarse a los delirios de la señora Feliu (hasta Carme Forcadell, que recuperó mínimamente la cordura tras pasar una temporada en el talego, le ha dicho que no va por buen camino con sus propuestas irrealizables, su control permanente y regañón de los partidos políticos, su conato de lista cívica para concurrir a las elecciones porque los que deberían estarse partiendo los cuernos por la independencia no dan un palo al agua y su rol permanente de guardiana de las esencias cuyos contactos con la realidad son cada día más escasos).
Dolors Feliu ha conseguido algo inaudito en su mundo, que es caer mal incluso a una parte nada desdeñable de los afiliados a su organización. Todos somos conscientes de que el lazismo no pasa por sus mejores momentos, pero la buena señora sigue en sus trece, exigiendo la amnistía para los golpistas, la reactivación de la DUI y, me temo, su liderazgo de esa lista cívica con la que aspira a llegar a máxima autoridad de la república. Cual Pepito Grillo del independentismo, Dolors Feliu se pasa la vida repartiendo chorreos entre todos sus supuestos compañeros de lucha. De momento, aún se salva Puigdemont, aunque a ella le parece muy mal que converse con el enemigo español. A Pere Aragonès y al beato Junqueras no los puede ver ni en pintura, y no vimos que moviera un dedo durante la última Diada para impedir que el Petitó de Pineda, ante los insultos y abucheos del populacho soberanista, tuviese que marcarse un Montilla y salir pitando bajo la protección de los mossos d’esquadra.
De la misma manera que el atrabiliario columnista Enric Vila considera que sólo él está por la independencia, mientras todos los demás forman parte de un conglomerado indigno que ha bautizado metafóricamente como Vichy, Dolors Feliu se siente sola ante el peligro y rodeada de traidores a los que zahiere continuamente por su actitud pusilánime ante lo que realmente importa (y que es imposible de conseguir, aunque ella lo vea factible a cortísimo plazo). Feliu no está para zarandajas como el reconocimiento internacional o la unanimidad local: la independencia es algo que se declara por las bravas y que sea lo que Dios quiera. Tanta vehemencia contrasta ligeramente con su carrera profesional como abogada, que se ha repartido entre la docencia y algunos cargos gentilmente otorgados por el régimen. Es evidente que, desde que se puso al frente de la ANC en mayo del 2022, sustituyendo a Elisenda Paluzie, sospechosamente callada desde entonces, se ha venido arriba, dentro y fuera de la organización (su tendencia al ordeno y mando ya ha creado un frente en su contra en el interior de la cofradía).
El pasado 11 de septiembre debía ser su gran día y no lo fue, pero, ¡a mal tiempo buena cara!, se inventó que había congregado a 800.000 patriotas y se quedó tan ancha. En los partidos lazis cada día se la detesta más por su tendencia a dar lecciones no solicitadas de independentismo y por mear fuera de tiesto con lo de la lista cívica de marras. A diferencia del trepilla de Xavier Antich, jefazo de Òmnium, que sabe estar en su sitio por la cuenta que le trae (nunca se sabe de dónde puede caer el próximo carguito), Dolors Feliu aspira a lo más grande y es evidente que sus ambiciones ya no quedan satisfechas con la ANC. Cuando habla de lista cívica se refiere en realidad a una nueva agrupación política en la que mande ella. Y ya hay overbooking en el lazismo institucional, que agradece el apoyo de las entidades supuestamente sociales, pero no la regañina permanente por parte de estas.
Jesús Gil y Gil se cayó con todo el equipo cuando creó su propio partido político, el GIL (Grupo Independiente Liberal). Los profesionales del asunto, que le habían tolerado sus mangancias ladrilleras y marbellíes, se le lanzaron a degüello. No me extrañaría nada que a Dolors Feliu le acabara pasando algo parecido, si es que no se produce antes un motín en la ANC para librarse de ella. Y me disculpo (con el difunto Gil y Gil) por la comparación.