Como es del dominio público, ERC y Junts llevan cierto tiempo a la greña por hacerse con los favores de lo que queda del procesismo. Hasta hace poco, los feligreses del beato Junqueras parecían llevar las de ganar a fuerza de hacerse los moderados, pactar con quien hiciese falta para pillar cacho y mutar, lenta pero decididamente, en la Convergencia del siglo XXI. Iban de independentistas razonables, tanto que hasta su voz en Madrid era la de un hombre, Gabriel Rufián, que se expresaba correctamente en castellano (¿recuerdan la época en que para ser destinado a la capital del reino por ERC resultaba obligado hablar un español deplorable, aunque en el caso de Joan Tardà la cosa tuviera un punto entrañable, como cuando les dijo a los periodistas reunidos en una rueda de prensa dedicada a ya no recuerdo qué “lo más caliente está en la aigüera”?).
Hubo un tiempo, nada lejano, en el que casi todos dábamos por muertos a los fans de Puigdemont y considerábamos que ERC, con su oximorónico invento del independentismo autonomista, se iba a llevar el gato al agua. Pero todo ha cambiado radicalmente desde hace unos días, cuando el PSOE decidió aplicarle la respiración asistida al Hombre del Maletero y cambiar su condición de prófugo de la justicia por la de interlocutor válido a la hora de formar Gobierno en España. Cocomocho se vino arriba, y con él, todos sus leales, encabezados por la Geganta del pi y el inefable Tururull (con la ayuda inestimable del siniestro Jaume Asens, un separatista que hace como que es de izquierdas). Ahora, quien marca tendencia en el independentismo irredento es el desocupado de Waterloo, al que, como se dice en catalán, se l'hi ha girat feina. Y él, lógicamente, está encantado, pues ha pasado de ser un don nadie sumido en la irrelevancia a convertirse en el factótum del nuevo Gobierno español progresista (no sé qué hay de progresista en un Gobierno apoyado por un enemigo del Estado y aspirante a presidiario, pero seguro que Pedro Sánchez tiene una explicación al respecto del modelo ¡O yo o la derechona!).
Tengo la teoría de que en ERC respirarían más tranquilos con Puchi extraditado y residiendo en Soto del Real por cortesía del perverso Estado español. Se las prometían tan felices y ahora Cocomocho, cual piojo resucitado, vuelve a ser temporalmente relevante, lo cual le lleva a ampliar su base de fans entre los procesistas más recalcitrantes y a hacer que estos piensen que los devotos del beato Junqueras son unos botiflers del copón a los que hay que empezar a amargarles la vida por todos los medios posibles (de momento, Lluís Llach, sumo sacerdote de la tribu, ya ha excomulgado al meapilas republicano, cuya dimisión exige por entreguista e inútil mientras reivindica la labor de ese fantasmal Consejo de la República del que forma parte). Ante el inesperado resurgir de su némesis del maletero, en ERC se han puesto las pilas y se han lanzado a la sobreactuación patriótica: hemos perdido de vista al pobre Rufi, sustituido a la hora de dar la cara en Madrid por Francesc Marc Álvaro y el sex symbol rural Teresa Jordà; el partido le ha quitado el polvo a una entelequia que se inventó en el 2020, Amnistia i Llibertat, un chiringuito inútil que mañana organiza una conferencia en Barcelona y cuyos ponentes, desconocidos por mí a la hora de redactar estas líneas, intuyo que confían superar sin recibir excesivos tomatazos. Pere Aragonès, por su parte, ha prometido asistir al aquelarre del 11 de septiembre organizado por la ANC porque Puchi está a partir un piñón con la fanática al frente de tan grotesca organización, Dolors Feliu, y el Petitó de Pineda ansía también su bendición apostólica (el año pasado, se saltó la mani de la Diada porque los de la ANC le parecían, no sin motivo, una pandilla de torracollons con alma de Pepito Grillo: ahora hay que apuntarse a lo que sea, no en vano se perdieron 300.000 votos en las últimas elecciones municipales y 400.000 en las generales).
Estamos ante una lucha sin cuartel por la audiencia lazi, y quien más debe sobreactuar es Pere Aragonès. A Puigdemont le basta con ser quien es y creer en las chaladuras en las que parece creer. El Niño Barbudo, por el contrario, se ve obligado a aparentar que cree en la amnistía, el referéndum, la independencia del terruño y lo que haga falta para que no le saquen el sillón de debajo del culo. Yo creo que, momentáneamente, es Puchi quien lleva la voz cantante, más que nada porque un majareta auténtico siempre resulta más creíble que alguien que se hace el loco por conveniencia.
Yo diría que la única esperanza de Aragonès (y del beato) radica en que Puchi siga ejerciendo de orate de la independencia hasta que al PSOE no le quede más remedio que enviarle al carajo y hacerse a la idea de que hay que repetir las elecciones. Y en confiar en que se produzca la ansiada extradición del liante de Waterloo, que aportaría a los mandamases de ERC una indudable calma espiritual y hasta electoral, perfectamente compatible con los previsibles aspavientos de falsa indignación ante las retorcidas artimañas del juez Llarena. Puede que el procesismo esté de capa caída, pero la pugna por acaparar sus restos puede alcanzar dimensiones épicas. No en vano Cataluña es el único rincón del mundo en el que la épica y el ridículo pueden ir tranquilamente de la mano.