Cuando algunos ya nos habíamos hecho la ilusión de no volver a saber nunca nada de Rafael Ribó, resulta que le dan un premio en Viena que otorga el Instituto Internacional del Ombudsman. Y se lo conceden por su supuesta contribución a la defensa de los derechos humanos (¡Dios les conserve la vista!). Supongo que lo próximo será premiar a Tezanos por esas encuestas electorales que siempre favorecen a su partido favorito, el PSOE. Como broma macabra, lo del galardón para Ribó puede tener su gracia, pero si va en serio, como así parece, uno diría que la asociación internacional de defensores del pueblo no ha podido errar más el tiro, ya que durante los 14 años en los que Ribó ocupó el cargo en Cataluña (2004-22, ¡y casi hubo que llamar a la grúa para desalojarlo!) no se dedicó precisamente a la defensa del ciudadano, sino a la del régimen lazi, que era quien le pagaba su abultado sueldo para que se pusiera siempre de su parte. Insiste Ribó en que lo suyo no fue servilismo del peor al procesismo, sino defensa de los derechos humanos, y tiene razón si se refiere solo a los seres humanos comprometidos con la independencia de Cataluña, pues de los derechos de los demás pasó como de la peste.
Rafael Ribó es uno más de ese contingente de (supuestos) progresistas que, al alcanzar una edad provecta, derivaron hacia el nacionalismo. Todos ellos llevaban dentro, probablemente, un insolidario burgués catalán pugnando por salir, pero lo mantuvieron controlado durante mucho tiempo (la lista va de Oriol Bohigas a Ferran Mascarell, pasando por Xavier Rubert de Ventós y Germà Bel), hasta que vieron que había llegado el momento de dejarlo salir al exterior y tomar el mando. Como representante de la gauche caviar (Vázquez Montalbán le había llegado a escribir los discursos cuando decía que era comunista), Ribó protagonizó la mutación más radical, perdiendo por el camino la dignidad que, por el contrario, conservó Magda Oranich, también jubilada en Convergència, pero con mucha menos vocación de esbirro (como se pudo comprobar recientemente con su postura ante el caso Laura Borràs). Ribó se convirtió, directamente, en un siervo obediente del lazismo, mientras disfrazaba su lamentable actitud de defensa de los derechos humanos en general (artimaña que acaba de demostrar su eficacia en Viena con ese galardón que le ha entregado el mandamás australiano Chris Field). A cambio, le financiaron viajes por todo el mundo, una oficina trufada de gente y hasta unas onerosas obras en sus instalaciones oficiales, para que el hombre se sintiera tan a gusto como en su segunda residencia. ¿Hizo lo que se esperaba de un defensor del pueblo? Evidentemente, no. Pero si lo llega a hacer, seamos comprensivos, no se habría tirado 14 años viviendo como un marqués a costa del erario.
Catorce años en los que nuestro hombre se ciscó prácticamente a diario en las obligaciones de un ombudsman, como Tezanos se cisca en la noble práctica de las encuestas electorales. Como esbirro del nacionalismo, eso sí, su conducta fue ejemplar. Cada vez que el régimen necesitaba su ayuda o su solidaridad, ahí estaba él para ofrecérselas. Y dando siempre muestras de la misma actitud arrogante que ya exhibía cuando estaba al frente del PSUC y que es muy propia de los chicos de buena familia a los que, de jóvenes, les ha dado por aparentar que eran de izquierdas, cuando en el fondo representaban a la perfección la figura del cochino burgués de los manuales de marxismo.
Tras basurear durante 14 años a los desafectos al régimen, que por fin nos habíamos librado de su funesta presencia, Ribó ha tenido la dicha de poder dedicarnos una ofensa final en forma de inmerecido galardón. Hasta jubilado sigue reservándonos únicamente el derecho al pataleo mientras se homenajea a sí mismo en el programa de Xavier Graset, que es su equivalente en el sector audiovisual del lazismo y está casi tan bien pagado como él (más de 100.000 euros al año levanta el chaval del Clan de la Avellana desde que cambió el humor por el patriotismo remunerado: tonto no es). Entre Graset enjabonándolo y él viniéndose arriba todo el rato, uno asistía al espectáculo en un estado de estupor total ante dos modelos de desvergüenza rentable francamente impresionantes (creo que la entrevista estrella del programa Més 3/24 debería titularse El lazi del día).
En fin, que disfrute Ribó de su premio y que lo coloque en un lugar destacado de alguno de sus domicilios. Y los que se lo meteríamos por salva sea la parte, a jorobarnos, que para eso estamos.