A veces, el mundo de los memes te proporciona algunas alegrías, así como oportunidades para echarte unas risas. De los últimos que me han llegado, mi favorito es uno en el que se ve a un crío rollizo y con cierta cara de zampabollos junto a la leyenda Happy Sant Gordi. Eat the rose. Eat the book. Enjoy the day (Feliz San Gordi. Cómete la rosa. Cómete el libro. Disfruta del día). Huelga decir que lo he rebotado urbi et orbi, y me cuentan que el responsable de uno de los mejores restaurantes del Eixample lo ha impreso en unas camisetas para regalar a su clientela. Creo que ese meme resume a la perfección eso que algunos optimistas definen como La fiesta más bonita del mundo con el mismo cuajo con que los políticos describen cualquier jornada electoral como La gran fiesta de la democracia.
¿Es Sant Jordi la fiesta más bonita del mundo? En mi (cenicienta) opinión, no. A mí solo me parece una muestra de hipocresía colectiva en la que se trata de convencer al resto de los españoles (y a nosotros mismos) de que somos un pueblo admirable que se distingue por su amor a la literatura (aunque el porcentaje de gente que no abre un libro en todo el año es similar al del conjunto de España, entre el 40% y el 50% de la población). Dicha muestra, eso sí, está perfectamente organizada, como las manifestaciones norcoreanas de los buenos viejos tiempos del prusés, y colaboran en ella todos los actores implicados: del gobiernillo al pueblo llano (¿o deberíamos decir plano?), pasando por editores, libreros, autores y medios de comunicación. No hay ni una voz disonante: Sant Jordi es la repera y quien diga lo contrario puede elegir entre ser acusado de aguafiestas, botifler, insensible o analfabeto. Me dirán los optimistas: hombre, mejor que haya un día al año en el que los catalanes se compran un libro que no haya ninguno. Y tendrán razón. Por no hablar de que está bien que editores y libreros hagan su agosto en abril, que falta les hace a los pobres. Pero a mí, ¡llámenme malpensado!, hay algo que me chirría en ese repentino (y breve) interés de mis conciudadanos por la literatura. Sobre todo, cuando llega el fin de la jornada y se revelan los títulos de los libros más vendidos. En castellano, triunfan, más o menos, los mismos best sellers de origen local y temática histórica o policial que en el Estado opresor; en catalán, sin embargo, se pone de relieve el hecho diferencial, que no es precisamente para tirar cohetes.
Evidentemente, nadie espera a Sant Jordi para comprarse, ¡por fin!, Madame Bovary o El gran Gatsby, pero ¿no canta un poco que los libros más leídos en catalán estén siempre escritos por gente que al personal le suena de TV3, Catalunya Ràdio o RAC1? Este año, los triunfadores del ala catalana del jolgorio han sido una reportera cultural de TV3 y dos graciosillos del régimen que han escrito no sé qué sobre el Barça. ¿Y quién los compra? Yo diría que gente que no visita mucho las librerías el resto del año.
Los catalanes destacamos por nuestro gregarismo y nuestro sentido de la obediencia patriótica. Compramos libros y rosas cuando se nos conmina a hacerlo desde la autoridad competente, cosa que, afortunadamente, solo sucede una vez al año, cuando se celebra La fiesta más bonita del mundo (no descarto que, si se te ocurre regalarle una rosa a la parienta cualquier otro día del año, te caiga una bronca por despilfarrador). Y los otros 364 días, que les den a los libros y a las rosas.
Gracias a los esfuerzos del gobiernillo, la festividad consigue priorizar el patriotismo sobre la lectura (normal, al régimen siempre la ha interesado más el idioma en que se escriben los libros que lo que se escribe en general), hecho al que contribuye TV3 presentando unas imágenes idílicas de la jornada en las que parece que en Cataluña no hay absolutamente nadie que escriba en castellano (sobre los ataques de anteayer a carpas de Vox y el PP, ni una palabra, claro: curioso paisito Cataluña, donde los fascistas montan paradas de libros y los antifascistas se las destrozan). Gracias a TV3, se aprecia la unanimidad de todos los participantes en la engañifa, resultando especialmente sangrante la de los propios escritores, que insisten en lo de La fiesta más bonita del mundo, ajenos a la impresión que dan de tratarse del equivalente literario, o seudoliterario, de las furcias del Barrio Rojo de Ámsterdam (los que no firman ni un ejemplar deben sentirse como la trabajadora sexual menos atractiva de Países Bajos, por cierto).
La fiesta más bonita del mundo es, de hecho, un eufemismo para De lo perdido, saca lo que puedas. Ya que el resto del año la cosa no es para estar muy contento, vamos a trincar todo lo que podamos el día de Sant Jordi. Y, de paso, nos sentimos todos más cultos y mejores personas, pues ya se sabe que quien se sube a una pila de libros, como quien se planta encima de un muerto, parece más alto. Comámonos la rosa. Comámonos el libro. Disfrutemos del día.