La ANC (Assemblea Nacional Catalana) vivió sus tiempos de esplendor durante el prusés, pero sus intentos de situarse en el posprusés no parecen estar dando mucho fruto. El pasado fin de semana montaron una especie de cámping lazi en la barcelonesa plaza de Catalunya al que solo se apuntaron entre cien y doscientas personas, una cifra ligeramente inferior, si no me equivoco, a la lograda por los asistentes al festival de Woodstock en 1969. Ahora, un juzgado les ha obligado a cerrar una web que tenían para promocionar negocios comprometidos con la independencia de Cataluña (y denigrar los que no), acusándoles de actitud desleal y mala fe. En la ANC, naturalmente, se lo han tomado como una nueva muestra de la represión española contra el independentismo, aunque el cierre de la web se lo debamos a Sánchez Llibre y su Foment del Treball, una asociación tan catalana como la que preside Dolors Feliu y bastante más antigua. El cámping procesista y la clausura de la web han tenido lugar, diría yo, ante la indiferencia generalizada de una sociedad que está preocupada por otras cosas y a la que los delirios de la señora Feliu y su principal secuaz, el payaso Pesarrodona, se la traen bastante al pairo. O tempora, o mores, que decían los romanos.
Sobre el cierre de la web de consumo patriótico no tengo gran cosa que decir (aparte de que me alegro de que se la chapen), pero no consigo quitarme del todo de la cabeza lo del cámping del fin de semana, iniciativa que, además de absurda, implicaba unas incomodidades notables, sobre todo para el sector más provecto del lazismo, que no está para pasar noches al raso, por mucho que en octubre haga una temperatura primaveral, como es el caso. Para empezar, ¿por qué se da permiso a la ANC para instalarse en una plaza pública? Tengo la impresión de que, si a mí me diera por plantar la tienda de campaña (que no tengo) en la plaza de Catalunya, el ayuntamiento me enviaría a hacer puñetas (y no sería de extrañar). ¿Qué tiene la ANC que no tenga cualquier otro ciudadano barcelonés? Ah, sí, se supone que la ANC representa a un sector muy importante de la sociedad civil, motivo por el cual hay que permitirle unas alegrías que le están vedadas al común de los mortales (algo parecido pasaba con los viejos pelmazos que se dedicaban a cortar la Meridiana hasta que empezaba el T/N Vespre). Pero, en cualquier caso, ¿cómo se hace para fijar unas tiendas en una superficie tan dura como la de una plaza pública? Quiero creer que no se ha permitido a la ANC agujerear el suelo, ¿verdad?
Sigamos con la intendencia. No vi que se colocaran en la plaza los necesarios retretes portátiles, lo que me lleva a preguntarme cómo se aliviaban los campistas, en especial los de mayor edad, con sus problemas de próstata y esas cosas. ¿Se les ha obligado a hacer sus necesidades en el césped de la plaza, ensuciando la ciudad un poco más de lo que ya lo está y poniendo en peligro a los jubilators, que han podido ser atacados por las ratas inmundas que rondan por allí desde el verano? ¿Cómo se lo montaban los aguerridos campistas para hacer pipí y, lo que es peor, popó? Más preguntas: ¿se ha celebrado algún foc de camp en el que se haya cantado Vella chiruca o algún otro hit de la Cataluña excursionista?; ¿ha entretenido el payaso Pesarrodona a los acampados con esa gracia que Dios le ha dado o se ha ido a dormir a casa y solo ha aparecido por ahí de día, para liarla un poco, dar ánimos a los que se han levantado hechos un cuatro y hacer xerinola?; ¿nos consta que el payaso y su jefa, la señora canosa que se pasa la vida echando broncas a diestro y siniestro, hayan pernoctado en la plaza de Catalunya?; ¿ha hecho lo propio Lluís Llach, el Nostradamus del prusés, o solo se ha presentado para soltar otro de sus habituales sermones apocalípticos?
Detecto demasiadas preguntas sin respuesta y no puedo evitar retrotraerme a los tiempos en que Antoni Ribas, cineasta nacional de Cataluña ya difunto, plantó su tienda de campaña en la plaza de Sant Jaume para protestar porque la Generalitat no le financiaba su magno proyecto Terra de canons. Una noche, mi amigo Loquillo pasaba por ahí y, siendo como es, le dio por solidarizarse con él (tras tomarse unas copas en algún sitio). Aún recuerdo su indignación cuando me comentó que en la tienda de campaña no estaba Antoni Ribas, quien dormía tranquilamente en su camita, sino uno de sus hijos, al que había dejado de guardia (no fuese que además de quedarse sin subvención le robara la tienda algún desaprensivo). Me pregunto si habrá sucedido algo similar durante la acampada de la ANC, si en ella solo habría pringados de la tercera edad destrozándose la espalda y meando a la intemperie esquivando a las ratas, mientras la señora Feliu, el payaso de marras y el cantautor calvo dormían tan a gusto en sus respectivos domicilios. Lo habríamos averiguado si TV3 se hubiese dignado enviar a alguien a la plaza de Catalunya para captar el pulso (y los ronquidos) de la peculiar protesta (por algo que ya ni recuerdo lo que era). Pero, que yo sepa, no lo hizo.
Yo diría que empiezan a pintar bastos para la ANC cuando ni TV3 les hace mucho caso. Es más, le auguro un futuro tan glorioso como el de los jubilators de la Meridiana. De momento, ya les han chapado una web. Me pregunto qué será lo próximo. Menos mal que la independencia, según la ANC, es inevitable e inminente: eso tiene que aportar mucha moral a la causa, aunque el presidente de la Generalitat pase de ti como de la peste y no disfrutes de tus escasos aplausos porque Waterloo cae muy lejos y no los oyes.